Columna


Mujer: pedacito de cielo

HENRY VERGARA SAGBINI

14 de marzo de 2022 12:00 AM

A ella le sobran razones y cojones para defender a su familia y odiar todas las guerras encendidas, desde el inicio de los tiempos, por la mano y la avaricia del hombre.

Según el Génesis, Eva, la primera mujer de la historia, esposa o concubina de Adán, solitario inquilino del Paraíso, fue creada de su costilla, sin consultárselo, mientras roncaba haciendo la siesta.

Desde entonces, basados en machistas interpretaciones bíblicas, asumieron que la Mujer era mula de carga, repleta de obligaciones, carente de derechos, destinada a parir preservando la especie.

Siglos después, al percatarse del gigantesco error plasmado en el Antiguo Testamento, redactaron Los Evangelios, exaltando a María como madre de Jesús de Nazaret, hijo de Dios anidado en su vientre, dejando constancia de que el ‘Supremo Artesano’ creó a todas las mujeres del planeta, no con trozos de costillas, utilizó polvo de estrellas y pedacitos de cielo.

Fue necesario que, en una fábrica de textiles de Nueva York, 129 mujeres murieran, criminalmente incineradas, el 8 de marzo de 1908, solo por reclamar sus derechos sindicales, y desde entonces se instituyó el Día Internacional de la Mujer, pero ha sido insuficiente, sobre todo en Colombia, que no clasifiquemos al próximo mundial de futbol, por inofensivos y timoratos, pero, con cien mil víctimas de la violencia de género y más de 800 feminicidios al año, nadie nos bajará del pódium de los más crueles verdugos de las mujeres en el planeta.

Aún no aprendemos que solo es lícito tocarle la piel a una mujer cuando ella concede permiso notarial y, si de taparle los labios se trata, únicamente para colmarla de besos sobre sábanas blancas, no encima de colchonetas alquiladas.

Amante, novia, amiga, esposa, madre, hija, abuela, todas ellas forradas con amor inoxidable que, cuando besan la frente de sus seres queridos y toman el Rosario entre sus manos, son capaces de fabricar imposibles milagros.

El respeto a la mujer se cultiva solo con el ejemplo y la paciencia del labriego, o usando la lógica elemental y tierna de Sebastián, mi nietecito de dos años y medio, rebautizado ‘Tatán’ por su propia iniciativa.

Al mostrarle la postal de su abuela, María Clareth en sus años mozos, quien no permite que se les pare una mosca a sus hijos y nietos porque se vuelve una fiera, le pregunté: -¿Quién es ella?

-¡LA MUJER MARAVILLA!, respondió Tatán arrebatándome la foto para guardarla en el bolsillito de su camisa como infalible amuleto.

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