Columna


Noelia y su fábrica de milagros

Durante cuatro lustros continuos los vecinos de Noelia Villamizar de Castro la hemos visto pasar, a toda prisa, con su uniforme rosado de Voluntaria, rumbo a la fábrica de pequeños milagros.

HENRY VERGARA SAGBINI

09 de diciembre de 2019 12:00 AM

Durante cuatro lustros continuos los vecinos de Noelia Villamizar de Castro la hemos visto pasar, a toda prisa, con su uniforme rosado de Voluntaria, rumbo a la fábrica de pequeños milagros.

Esa labor silenciosa en pro de los miembros más humildes de la Fuerzas Militares, se hizo pública el pasado 23 de noviembre, cuando el contralmirante Gabriel Arango Bacci, a nombre de la Asociación Colombiana de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares (Acore), con su prestigio y charreteras intactos, le entregó la prestigiosa Medalla al Mérito ‘General Rafael Reyes’.

Noelia, de profundas raíces cristianas, hace el bien sin mirar a quién y evita meterse en política recomendando a su pequeña tropa de voluntarias, “Que la mano izquierda ni se entere de lo que hace la derecha”.

Fiel a los consejos de su esposo, ‘El Capi’ Augusto Castro Gutiérrez, quien partió hace seis años piloteando su navío de eternidades, asegura, sin temor a equivocarse, que: –“El mejor negocio del mundo es servirle al prójimo: Dios lo quintuplica sin exigirnos actos portentosos, solo algunos ‘mandaditos’ usando nuestras manos”.

Pero las obras de misericordia desarrolladas por Noelia no serían posibles sin el trabajo en equipo de sus colegas voluntarias, quienes también en silencio rinden tributo a las hormigas arrieras construyendo, reparando o dignificando centenares de nidos, edificando y dotando dos guarderías y un cálido hogar de paso.

Pero quizás lo que a todas ellas más enaltece es su disposición, sin relojes ni calendario, a zurcir, con hilos de amor y esperanza, a todo aquel que llega al Hospital Naval con la salud y sus sueños convertidos en girones.

Además, piedra sobre piedra, edificaron una austera capilla donde conversar con Dios, pero no el de los retumbantes golpes de pecho, sino aquel cuyo verdadero nombre es ‘Misericordia’, ese que recomienda honrarlo enfundándose las sandalias del ‘buen samaritano’.

En un país como el nuestro, signado por la cizaña, el odio y las puntadas con dedal, reconforta homenajear a ese minúsculo ejército de imbatibles voluntarias quienes, antes de cada jornada de arduo trabajo, en lugar de entonar el Himno Nacional, lanzan a los cuatro vientos los versos milagrosos de Alberto Cortez:

“¡Que suerte he tenido de nacer! Para tener acceso a la fortuna de ser río en lugar de ser laguna, de ser lluvia en lugar de ver llover”.

Y es que estas dulces, incansables y cojonudas damas, vestidas de rosa camuflado, jamás imploran milagros, ¡los fabrican!

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