Pasada la segunda vuelta, podemos volver a la normalidad. Es de esperar que las inversiones retenidas o las decisiones postergadas, se ejecuten con prontitud, para lo cual es conveniente que el presidente electo envíe claras señales de independencia y de liderazgo, con programas que privilegien una agenda social que disminuya sensiblemente las desigualdades y la inequidad, conforme con su sorpresiva promesa en el discurso del domingo, de dirigir un gobierno que se centrará en promover la justicia social. ¡Dios quiera!
El mandato recibido de los electores es claro; el presidente electo gozará de la legitimidad suficiente para emprender programas que rompan con la inercia de un sistema que no evoluciona al ritmo de las necesidades sociales. Tiene a su favor, además, que la mayoría de los partidos y movimientos políticos representados en el Congreso le acompañarán al menos durante el tiempo suficiente para obtener las facultades y autorizaciones que faciliten transformar positivamente la realidad social.
Su llamado a la unidad nacional no debe quedar en promesa; le corresponde reunificar a Colombia en torno a un programa de gobierno incluyente, moderno, volcado a hacer realidad la paz, que aún después de los acuerdos de La Habana, parece esquiva. Y no dejar en el aire su promesa de reformar la Justicia, para que recupere su eficiencia y credibilidad.
En cuanto a Gustavo Petro, pasará a la historia como el candidato maximizó las posibilidades de que fuerzas alternativas lleguen al solio presidencial. Sin embargo, su discurso aceptando la victoria de Duque lo alejó de convertirse en el vocero de la oposición, pues se equivocó en un discurso dirigido solo a los votantes que se distancian del centro, alejando a los fajardistas y demás electores con talante conciliador, sin una identificación con el candidato de la Colombia Humana.
Ya no me imagino a Fajardo, Claudia López, de la Calle, Robledo o tantos más, erigir a Petro en líder de los que no gobernarán en este cuatrienio. Por el contrario, volcarán el protagonismo en figuras con más posibilidades de aglutinar al centro y a al centro-izquierda, y que despierten menos incertidumbre.
Ya con Presidente electo, el deber patriótico exige rodear al nuevo Gobierno con la convicción de que no hay excusas para no progresar. Todos tendremos que dar lo mejor. Y en Cartagena, tal como lo acaba de proponer Augusto Martínez, “… lo que falta del actual periodo y la gran incertidumbre que lo rodea no debe distraernos del gran reto, el de rescatar definitivamente la institucionalidad y la confianza de los cartageneros en ella…”
Comentarios ()