En épocas de bárbaras naciones, tener buena memoria era sinónimo de inteligencia. Declamar al pie de la letra larguísimos poemas o dar las fechas exactas de eventos perdidos en los almanaques de la historia eran la marca de una mente brillante. Lo contrario, la imposibilidad de recordar, representaba una memoria lánguida, incapaz de almacenar información.
Recordar es un viaje en el tiempo que nos transporta al pasado, nos permite percibir experiencias ya vividas e implica reactivar patrones de actividad cerebral codificados. Por el contrario, el olvido es esa bruma que esconde remembranzas y pretende aliviar el sufrimiento por amores perdidos, errores fatales o recuerdos dolorosos.
Un estudio de Frankland, investigador de la universidad de Toronto, planteó que la meta de la memoria no es, como se creía, almacenar todo sino grabar información realmente valiosa para guiar y optimizar la toma de decisiones. Dice el estudio que es importante que el cerebro, enfrentado a millones de imágenes, datos e informaciones, olvide detalles insulsos e inanes para poder enfocarse en los recuerdos importantes. Por ello, olvidar es un componente de la memoria tan, o más, importante que el recordar. Ya lo decía Borges: “El olvido es una de las formas de la memoria”. Según los investigadores, hay dos mecanismos para olvidar: uno es eliminar conexiones entre las células cerebrales en las cuales se codifica la memoria; el otro es generar nuevas células que crean conexiones y sobrescriben información reciente sobre los recuerdos pasados.
Estímulos transitorios son más fáciles de olvidar. La transitoriedad de un estímulo aumenta la flexibilidad de la memoria y lleva a desechar información obsoleta para optimizar decisiones futuras. Así la transitoriedad es al olvido lo que la persistencia es al recuerdo. Olvidar detalles insignificantes permite atesorar recuerdos concretos, eficaces, efectivos y útiles para el futuro, esta es la memoria inteligente. Así, el cerebro prioriza, olvida y se adapta. Los investigadores concluyeron que olvidar puede hacerte más inteligente. En resumen el olvido no es un fracaso de la memoria, más bien representa una inversión en una estrategia nemotécnica en la cual el cerebro escoge olvidar para funcionar mejor. Como decía Sabina: “Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria”.
Si fuera por el olvido que nos caracteriza todos dirían que somos el país más inteligente: olvidamos que la desigualdad y la injusticia engendran crimen y seguimos promoviéndolas; olvidamos los errores electorales para volver a cometerlos; olvidamos décadas de guerra y miles de muertes para continuar matándonos. Olvidamos a Benedetti: “El olvido está tan lleno de memoria que a veces no caben las remembranzas y hay que tirar rencores por la borda.
*Profesor Universidad de Cartagena
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