Columna


Oye

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

29 de abril de 2017 12:00 AM

Las orejas crecen hasta el último día, pero el oído se va perdiendo en forma inexorable. Tal vez porque el deseo de escuchar se incrementa. Reciente investigación médica revela al oído como el primer órgano que en el feto se desarrolla. Antes de nacer vamos oyendo. Después nos dedicamos a hablar y a contradecir.

La prosa fue verso, el verso, canto; el canto alguna vez fue  grito. El grito solo el gruñido de cualquier primate imitando sonidos producidos por la naturaleza.
Muchos de aquellos sonidos llegan a ser palabra dulce o profunda reflexión. Mientras los mordiscos terminaron siendo  besos, la voz ha tomado matices, y estos se adaptaron a variaciones de sueños, y experiencias.

Todo es  música: los ladridos del perro y la novena sinfonía de Beethoven, el estruendo del ruido y el rumor de las confidencias. De todas las melodías del universo se impone la del pensamiento, música que unas veces es hermética y otras revelada sonando dentro del cerebro. Silogismos y análisis, sometidos a la lógica de una partitura especial.

Nadie puede imaginar el pensamiento sin que los arquetipos suenen en el pentagrama del cerebro. Tener oído significa captar el ritmo y la profundidad de cada palabra. Lo que hay en ella de cadencia, verso, y canto: de grito, gruñido o silencio. Pero ese silencio insondable que precede al primer sonido, también está incluido en la complicada estructura del verbo.

Aquella voz que lo pronunció por primera vez hace un millón de años perdura en un libro, se siente en el combate del viento, en el inquietante raciocinio del mar y en los secretos de algunas constelaciones que con lástima nos miran desde lejos.

No se puede pensar de un modo abstracto sin imaginar las palabras, nadie puede precisar ideas, ni utilizar palabras que no surjan en las meninges. Así parece que funciona el pensamiento, como una música hermética cuya clave a algunos les está vedada, porque simplemente carecen de “oído”, y otros que intentan oír.
Oír no solo es vivir en comunidad, es también entender y comunicarse. Los pueblos manejan imágenes con la vista y se nutren de la realidad con su paisaje bajo el cielo estrellado de Pitágoras. Algunos creen poder cambiar el mundo contemplando la galaxia con una mirada absorta, pero no, es indispensable oír.

Cuando en el Caribe decimos óyeme, vinculamos a otros en lo nuestro. Comunicamos nuestra visión, nuestro sentir. Oír y decir es comunicarse, unirse en una situación o recibir una visión diferente de un asunto. Oír es el  principio de entender, que en últimas es definitivo para integrar intereses y necesidades, con solidaridad y ayuda mutua.

Es vital cuidarse de la sordera. Quien no oye está perdido, así lo dijeron ciegos emblemáticos como Homero y Borges. O la maltrecha justicia con sus ojos vendados, que a veces no oye.

abeltranpareja@gmail.com

 

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