Columna


Perros mudos

“En el pasado fui también un tipo con bozal. Callaba cosas por miedo, pena, conveniencia o hipocresía. Hoy trato de que eso sea distinto: ahora que está cerca la época de elecciones”...

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

27 de febrero de 2019 12:00 AM

En el capítulo XXVI del Sumario de la Natural Historia de las Indias escrito por el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo a principios del siglo XVI, se menciona la existencia de unos perros mudos que son llevados al Darién desde las costas de Cartagena.

Fernández de Oviedo los describe como criaturas pequeñas muy similares a las de España, con la insólita salvedad de que jamás ladran, gruñen o amagan con gritar aunque los muelan a golpes. “Yo los he visto matar y no quejarse ni gemir”, cuenta, “halagan con la cola y saltan regocijados, mostrando querer complacer a quien les da de comer y tienen por señor”.

Esta singular raza de perros mansos se ha convertido en una especie de Santo Grial para muchos biólogos e investigadores. Algunos la creen extinta, otros presumen que es una de las tantas fabulaciones engendradas por la imaginación de los cronistas, como las sirenas de Cristóbal Colón o los monstruos del inframundo que Álvar Núñez Cabeza de Vaca descubrió en su expedición por la Florida. Quienes todavía la buscan, lo hacen con el entusiasmo de los creyentes y no con el escepticismo de los científicos. Saben que si la encuentran añadirán un eslabón perdido a ese refrán tan famoso que dice que perro que ladra no muerde, pues los que vio Fernández de Oviedo ni ladran, ni muerden, ni son como los de la canción de Faustino Oramas que “muerden callaos”.

Creo que la razón principal de que nadie haya podido hallar a estos canes del Nuevo Mundo se debe a que los perros mudos ya no son perros, sino humanos. Gente que a pesar de las patadas y los escupitajos de políticos corruptos y funcionarios de bolsillo permanecen callados, inmóviles en la pleitesía que rinden a sus verdugos. Todavía lamben, sí, y saltan regocijados cuando el señor llega al barrio y les promete una cancha de microfútbol. Hay que ver cómo mueven la colita durante la campaña electoral, cuando la mano compasiva del amo les entrega una ancheta mientras sus lacayos persiguen al resto de votantes con sus listas.

Es curioso que los perros mudos que observó Fernández de Oviedo provengan de las costas de Cartagena. Tal vez en esta ciudad empobrecida y maltratada por la rapiña malviva la última jauría. Silenciosa, obediente y fiel con sus perjudicadores. No muerden nunca la mano que los compra con juramentos embusteros o tamales de la esquina. Como perros, sienten que cualquier hueso es un regalo, sin saber que en el fondo se merecen todo el plato de comida.

En el pasado fui también un tipo con bozal. Callaba cosas por miedo, pena, conveniencia o hipocresía. Hoy trato de que eso sea distinto: ahora que está cerca la época de elecciones, he puesto un cartel en mi frente dedicado a los chanchulleros y oportunistas. “Cuidado con el perro bravo”, dice.

*Escritor

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