Columna


Peste sin vacuna

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

24 de noviembre de 2013 09:14 AM

Aída Abella regresó al país optimista y proponiendo un frente amplio para unir a la izquierda. El exilio atempera y enseña. Noble propósito el de la curtida líder que, ojalá, encuentre generosidad en los sectores de esa zona de nuestra política donde el canibalismo es una peste sin vacuna. La dispersión es su constante y no parece repetible, en esta feria de egos hipertrofiados que los aturde, el esfuerzo reunificador que ensayaron sus fuerzas cuando se aglutinaron en torno a la candidatura de Carlos Gaviria en 2006.

Hasta hace pocos días el voto en blanco estuvo por encima de todos los candidatos presidenciales, incluido el presidente que aspira a la reelección. Ese espacio era para que lo ocupara una izquierda democrática con vocación de poder, con discurso y propuestas para un pueblo decepcionado por las aberraciones de la política y los políticos tradicionales. Sin embargo, no es la alternativa posible contra las farsas y trampas de un sistema oligárquico voraz y absorbente.

La izquierda chilena resurgió de los destrozos de Pinochet, la argentina de las trifulcas del peronismo, la boliviana de las represiones al campesinado, la nicaragüense del berroche de sus partidos, la ecuatoriana se infla de frescor con Correa y la venezolana sobrevive en las apariciones ornitológicas de Hugo Simón Fidel Bolívar Castro-Chávez. La colombiana, en cambio, sigue sin encontrar su centro de gravedad y sin una estrategia que la libere de los viejos esquemas, huyéndole a una vitamina ideológica que la revitalice.

La de aquí es una izquierda desdibujada, que tiene entre sus opciones presidenciales a Enrique Peñaloza, un espigado maniquí de la élite bogotana. Por eso, nuestra izquierda no comprende que su misión, pese al peso muerto que le significa la guerrilla, es la de convencer que puede rescatar la política del mercantilismo electoral que deformó los mecanismos democráticos y de los monopolios que ejercen el poder real comprando leyes, decretos y sentencias. Esto no se opone a que sigan tumbando Urrutias y desatando yuntas como la de la parapolítica.

La dinámica global cambió los presupuestos y el pensamiento de la izquierda más dura: la enrumbó hacia la democracia tras el desinfle del totalitarismo. Pero la izquierda criolla no le ha abierto su bandeja de entrada a ese mensaje refrescante de la hipermodernidad. Como sucedió en el vecindario que citamos arriba, debe integrarse y equiparse para competir y gobernar.

Por otra parte, el partido liberal, que se proclama socialdemócrata, y que pudo atraerse otras franjas afines que lo fortalecieran, se entregó por tres ministerios. Hoy es un aliado dichoso del presidente y del partido que lo saquearon con la mermelada que Uribe repartió por su reelección.
¡A la carga!

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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