Columna


Pilas mal puestas

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

03 de noviembre de 2013 12:02 AM

Otro estrépito en la Rama Judicial y otra vez la cantaleta de que hay que reformarla. Tenemos mal puestas las pilas en nuestro mecanismo de relación. No es la sábana la que sube la fiebre de la corrupción que cunde por los vericuetos menos pensados. Reformar en la Constitución lo que ha postrado la baja calidad humana de los magistrados y jueces empapelados por irregularidades y delitos, mantendría viva una crisis que no es de estructura sino de conducta.

El traspié del magistrado o el juez que venden sentencias no lo ataja un inciso de incompatibilidades o inhabilidades. Cambie lo que cambie la Constitución en el engranaje jurisdiccional, creando o suprimiendo cortes y consejos, los prevaricadores, cohechadores y concusionarios seguirán especulando con la ley. Los más cuidadosos coronarán y se mantendrán de “patriarcas” impávidos; los descuidados, correrán la suerte de Henry Villarraga. 

El Tiempo del jueves pasado nos recordó que los tutelazos a la parapolítica fueron parte de los escándalos de la Sala Disciplinaria del Consejo de la Judicatura, pues “intentó tumbar casos emblemáticos de la Corte Suprema” sobre la contrainsurgencia y la Yidispolítica. ¿Quién ternó a los magistrados que resultaron elegidos para cumplir esa tarea contra las decisiones de la Sala de Casación Penal?

El redentor de la Patria, Álvaro Uribe Vélez. Pero lo mismo que con los generales Santoyo y Buitrago, le llevaron la mano para incluir en las ternas los nombres de Claros, Garzón, Lizcano y Villarraga, los del carrusel de las pensiones. Nadie lo ha recordado. ¡Defectos de la memoria!

Allí comienza la polineuritis del poder judicial, porque no se postula gente que, además de requisitos, reúna calidades. Ese es el ejercicio que la politización de la Justicia y el clientelismo judicial entorpecen con mayor ahínco. Favores del Ejecutivo agradecidos con sentencias, o sentencias agradecidas con nombramientos diplomáticos. El arte de la trapisonda es divertido, entretiene y paga dividendos al gusto de los malamañosos.

A esto se redujo la herencia que nos dejó Montesquieu sobre la colaboración armónica entre las tres ramas: no se resuelve nada que se ajuste a las urgencias de carácter institucional y se patrocina todo lo que convenga individualmente a los operadores de una u otra. Es por eso por lo que al Estado le han saqueado su legitimidad, y por lo que vivimos aturdidos en un laberinto de desconfianza, entre mercaderes y lamerones, una vida falsificada por las excrecencias de la codicia.

Como dijo don Marco Fidel Suárez en el Sueño de Lincoln, no tenemos cédula de excepción ni bula de privilegio para remediar, con brochazos a la Constitución, la peste de antivalores que una cultura de distorsiones insertó en nuestra mentalidad.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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