Ahora que todas las barbaridades están consumadas y que pocos tienen dudas sobre que el régimen de Nicolás Maduro es una dictadura, vale preguntarse: ¿Qué hacer con Venezuela? o ¿qué más se puede hacer?
Las opciones son las habituales: golpe de Estado, intervención extranjera militar, expulsión de organismos internacionales, rompimiento de relaciones bilaterales y sanciones económicas financieras.
Esta dictadura daría lugar a todas las opciones, pero para evitar efectos históricamente indeseados, solo dos son posibles, urgentes y necesarias: sanciones económicas financieras, y aislamiento global.
El golpe de Estado está por ahora descartado desde que la cúpula militar, aunque resquebrajada, confirmó su compromiso con la revolución. La invasión militar también queda anulada, pese a que a Panamá y a Granada las intervino EEUU por mucho menos narcotráfico y alienación política de la que se observa hoy en Venezuela. Sucede que la política exterior estadounidense, después del 2001, se enfoca más en medidas económicas para torcer destinos.
Romper lazos no es fácil, pero posible. El camino lo empezó Luis Almagro en la OEA, quien ha llamado varias veces a los cancilleres para que se aplique la Carta Democrática, pero con la desventaja de que Venezuela compra votos a cambio de petróleo subsidiado. El consenso que faltó en la OEA por suerte se alcanzó en el Mercosur para expulsar a Venezuela, donde nunca debió ser admitida como reclamaba Paraguay.
Las sanciones económicas de EEUU aplicadas a una veintena de funcionarios, incluido Maduro, son importantes, pero deben ser más severas e ir más allá del carácter unilateral. América Latina toda se debe sumar, así como lo hará la Unión Europea una vez que las decisiones de la Asamblea Constituyente, ya conformada con Delcy Rodríguez a la cabeza, continúen empoderando al circo chavista.
No por ello la Unión Europea, países asiáticos democráticos y los americanos deberían cruzarse de brazos. EEUU debería cortar la importación de petróleo venezolano y los demás, aunque por fuera de la ONU, deberían conformar una concertación internacional para imponer trabas comerciales, romper relaciones diplomáticas y cancelar visas para funcionarios del régimen.
En definitiva, un aislamiento global se anima como la opción más eficiente para expulsar a la dictadura y desencadenar la restitución democrática. El pueblo venezolano sufrirá aún más pero por tiempo limitado; sobrevivirá con la esperanza de que el fin es irreversible.
Tanta es la torpeza y la barbarie que tarde o temprano la justicia –que alguna vez será independiente y retobada como la fiscal general Luisa Ortega– atrapará a Maduro o a quien quede en el poder. Y si la justicia local sigue secuestrada, el aislamiento permitirá que los tribunales internacionales persigan a los responsables.
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