“Es muy fácil decir ‘quédate en casa’ desde mi cómoda residencia. Para mí es difícil dar ese mensaje cuando estoy viviendo en una mansión”, afirma el exjugador Dwyane Wade de los Miami Heat, al hablar del coronavirus. Dejar de trabajar y encerrarse en casa durante la pandemia es un lujo que quienes trabajan en el sector informal difícilmente pueden darse. No hablamos de poca gente, se trata de siete de cada diez colombianos, gente que no tiene seguro social ni pensión y, salvo excepciones como algunas empleadas domésticas, tampoco un pago fijo. Los vendedores informales son ícono de este desafortunado sector de la economía nacional y en nuestra ciudad pululan, se calculan unos 18.000 entre estacionarios y ambulantes.
Toda esa gente no se puede dar el lujo de encerrarse. Si venden, comen; si no, no. Así lo dicen algunos de ellos. “¿Se imagina docto si no salimos a vender lo que va a pasar con nosotros? Nos van a dejar morir”, dice una anciana que tiene una chaza. “Si no me dejan trabajar, esto va a ser el verguero”, me dijo un lustrador de zapatos. “La gente de dinero compra cosas para guardarlas, nosotros ni el supermercado conocemos”, dice una vendedora de ropa interior.
Juan Gossaín en una crónica de El Tiempo de marzo 20/19 comentaba que, “El 29,1% de los cartageneros vive en la pobreza y el 5,5 por ciento, en pobreza extrema, donde la miseria resulta más hiriente, más chocante y más ofensiva y es más estremecedora cuando se mezcla la belleza del escenario, su arquitectura colonial y los enjambres de gaviotas y alcatraces que vuelan rasantes sobre el mar”. La solidaridad es un valor humano fundamental en todo momento y más ahora con esta crisis de salud pública; la que recibimos con agrado cuando vemos a diario cómo muchos cartageneros ayudan a sus coterráneos en esta situación tan complicada que estamos viviendo.
Andrés Cadena, de la empresa McKinsey, especialista en desarrollo económico latinoamericano, destaca que “el impacto de los esfuerzos para suprimir el virus puede ser el mayor golpe que hayamos sufrido en los últimos 100 años y si los esfuerzos por frenar la pandemia provocan daños severos al tejido social y económico, miles de personas sufrirán en el mediano y largo plazo, por lo que se necesita actuar en ambos frentes”.
Definitivamente hay que convivir con el virus mientras esté con nosotros, porque la vida debe seguir con un aislamiento social preventivo, preparando mejor a la población y mientras no exista una vacuna, poco a poco retomar nuestras vidas exponiéndonos menos. El presidente Duque ya nos lo dijo: “Hay que ver cómo seguimos manteniendo las normas de distanciamiento social, con los mejores protocolos para que también vayamos estabilizando nuestra sociedad, nuestra economía y el diario vivir”.
*Rector UNICOLOMBO.
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