Cartagena fue gran ciudad en la Colonia. La Flota de Tierra Firme se abrigaba en su puerto y era paso obligado entre el Nuevo Mundo y España. Por ser codiciada en su magnificencia hubo necesidad de dotarla de un sistema de defensa tan colosal que siglos después sigue causando asombro. Por ella entró el conocimiento, la ciencia, la medicina, las artes al territorio nacional pero la trata negrera en su suelo echó las bases para el florecimiento de una dura segregación que se mantiene y es una de las fuerzas perversas que permiten la fragmentación social en la ciudad.
El prestigio de Cartagena como ciudad dueña de hechos memorables, unido a su monumentalidad y envidiable posición geográfica en el Caribe y Suramérica, le abrieron la puerta al turismo que consolidó su nombre en el concierto internacional. Parecía tenerlo todo para ser insuperable por ser además ciudad puerto, emporio industrial, Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. Llevaba, sin embargo, un veneno que carcomía su alma: la cruda desigualdad que empozó la miseria y la pobreza de la mayoría de su población que sobrevive en condiciones precarias en barrios donde el hambre es constante. Ese fue el caldo de cultivo para el ejercicio corrupto de la política que llevó a Cartagena a su mayor indignidad. Sin dirigentes visionarios y comprometidos la ciudad se colmó de gente sin trabajo, informalidad, desorden, inseguridad, abuso generalizado. El Centro Histórico, su mayor bien patrimonial, se convirtió junto con Getsemaní, barrio emblemático, en lugar de prostitución descarada, consumo de drogas, abuso sexual de menores, atentados a su arquitectura original, masificación turística sin control.
El COVID-19 traerá trascendentales cambios en el tipo de turismo que tendremos. ¿Cuál modalidad deseamos para el Centro Histórico? ¿La de rumba, bares, discotecas, prostitución? ¿El llamado turismo nocturno convertido en bulla generalizada o uno más concordante con la creatividad, el disfrute estético y la preservación del patrimonio?
Más allá de su carga de tragedia el COVID-19 develó en toda su realidad la ciudad que construimos a lo largo del tiempo con su oprobiosa dicotomía de opulencia y miseria. Esa Cartagena no puede seguir, es necesario reconstruirla. Un Manifiesto de reflexión debe abrir paso al accionar de todos sus estamentos para rescatar el prestigio perdido. Cartagena fue el gran faro iluminador del Caribe y si bien extravió aquel sendero, los tiempos nuevos exigen rescatar un rumbo con norte para ser y hacer lo contrario de la negación en que nos convertimos.
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