Parecería que cada vez son más claras las diferencias entre estos dos términos, acudiendo a la amplia divulgación que por diferentes medios se hace de lo que significan y del alcance de ellos, así como por su empleo frecuente en diversos medios y ambientes, desde telenovelas, programas de corte religioso en televisión, entrevistas a clérigos, filósofos y psicólogos.
Pero cuando uno ve lo que circula en redes sociales, en especial en grupos de WhatsApp, en debates políticos, en los mensajes de algunos influenciadores y reconocidos columnistas de prensa local y nacional, no deja uno de alarmarse por los niveles de dogmatismo, oscurantismo, ignorancia y repugnancia por la forma en que se tratan las creencias, comportamientos o ideas de quienes no son sus adeptos, seguidores o correligionarios. Lo particular es que es común encontrar en los escritos o argumentos de muchos personajes expresiones o valores religiosos, que responden a creencias específicas de algún credo religioso o político, como si fueran dogmas universales, verdades reveladas o comportamientos aceptados y que eliminan de plano a quienes no los comparten.
Tal vez lo más grave es lo que ocurre en los debates o confrontaciones políticas, que no solo recogen la larga tradición de discriminación, exclusión, rechazo y negación del otro, muchas veces sin escucharlo o sin terminar de oír sus argumentos. Lo peor es que cada vez se confunde o se cruzan aspectos de corte político con valores religiosos e incluso con una pretendida espiritualidad, recogiendo lo mejor de décadas de intolerancia y dogmatismo en nuestra sociedad. No se trata de irnos hasta los años de la conquista y colonización, pero por lo menos los últimos 70 años de nuestra historia han estado cargadas y marcadas por la intolerancia, la venganza y los peores sentimientos que una sociedad puede expresar y lo particular es que quienes propician o protegen, de alguna forma la continuidad de esos comportamientos, lo hacen desde posiciones que asumen como espirituales o por lo menos fundados en tradiciones o valores religiosos, por ejemplo el uso de la palabra salvar. Si no fuera suficiente con la polarización que vemos en la confrontación política, hoy se incorporan a esos mecanismos de descalificar al otro, aspectos que hasta hace pocos años no se empleaban, como el origen racial, social o cultural, las formas del lenguaje, del vestido y hasta las relaciones familiares.
Parece que hace tiempo perdimos el rumbo de nuestros comportamientos públicos y por lo tanto palabras como ética, integridad, coherencia y sensatez dejaron de ser parte del lenguaje cotidiano, y consigo la débil línea que separa la espiritualidad de la religiosidad también se haya confundido o desaparecido. Cada vez los valores religiosos siguen determinando los comportamientos de millones de ciudadanos y cada vez menos la espiritualidad está presente en nuestras relaciones y decisiones.
*Sociólogo
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