Columna


Rossito

“En su rostro aún se notan huellas, producto de sus encarnizados combates. Eso sí, a todos los que contribuyeron con esas laceraciones, el “Maestro” se las cobraba caro”.

FIDEL A. LEOTTAU BELEÑO

24 de febrero de 2019 12:00 AM

Cuando escucho el nombre de Mario Rossito, se pasean por mi memoria el coraje y la enjundia del boxeador que no le temía a nada. Famosos sus combates con Valdez, Gastelbondo, “Mochila” y Lián. Disputó un título con el primer campeón mundial venezolano, en las 140 libras, el “Morocho” Hernández.

En el Circo Teatro hizo gala de las fintas propias del pugilismo: vista, desplazamientos, movimientos de cintura, todo sincronizado y en combinación; confundía, porque sus golpes no iban donde los esperaban, preámbulo de sus impactos certeros ante combatientes nacionales e internacionales

“Este es Mario Rossito el campeón colombiano / él se faja bonito y pega con ambas manos / tiene un cambio de golpe, eso sí que emociona / porque a todo el que coge se lo lleva a la lona...”. Así le cantó Eliseo Herrera, con los Corraleros de Majagual, al ídolo, a quien le decían el “Maestro”.

Se volvió viral por las redes la multa de $800.000 a un ciudadano por comer una empanada en la calle. De inmediato pensé en los que no comen, los que viven en la miseria, los que pasan hambre. Uno de ellos es Mario Rossito, el mismo que satisfizo con su inteligencia corporal cinestésica, hoy pasa hambre en medio de su maltrecha salud y extrema pobreza.

La única entrada ocasional la genera el esfuerzo del lavado y planchado de su compañera, Melba Ramírez. No creen en promesas de políticos porque han sido muchas las ofertas. La fatalidad de un derrame cerebral acabó con Mario Jr., el unigénito de la pareja, quien ayudaba para el sustento con su peluquería.

Nació en el Hospital Santa Clara en 1935, de padre italiano y madre sanonofrina. Estudió en Torices, hasta tercero de primaria. Jugó béisbol en Sata Rita, y de adolescente fue ayudante de albañilería y vendedor de enyucaos. A los 17 un amigo lo llevó al gimnasio de Chico de Hierro y este lo descubrió. El boxeo destronó al antesalista.

En su rostro aún se notan huellas, producto de sus encarnizados combates. Eso sí, a todos los que contribuyeron con esas laceraciones, el “Maestro” se las cobraba caro, porque se envalentonaba, multiplicaba las gambetas y los embates con los que aniquilaba a sus contrarios.

Filemón Cañate, su suegro, lo engañaba como empresario, con la bolsa y con el peso de los contrarios, el peruano Dianatali le llevaba 13 libras. Ese combate lo perdió y en la revancha lo fulminó en el último round con un gancho a la barbilla.

A sus 84, vive el calvario de la ceguera, la sordera y la parálisis que lo han reducido a una silla de ruedas. Se nutre cuando las fuerzas de doña Melba amanecen con vigor para lavar y planchar.

Si las heridas del pasado le imprimían ímpetu, arrojo y ganaba, hoy, solo balbucea para que le den lo que antes le sobraba, una mano.

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