Columna


Saberes no sabidos

CARMELO DUEÑAS CASTELL

12 de enero de 2022 12:00 AM

Nació en Samos hace más de 2.300 años. De esa pequeña isla griega, olvidada en el Egeo, Aristarco pasó a ser ratón de biblioteca en Alejandría. Allí aprendió matemática, geometría y astronomía, necesarias para concluir que el sol era más grande, que la tierra se mueve y que no era el centro del Universo conocido. Su genialidad fue sepultada por el conocimiento oscurantista. Pasaron más de 1.000 años para que Copérnico hiciera público el craso error.

Válido es preguntarse qué tanto habría avanzado la humanidad si hubiéramos sabido que sabíamos el descubrimiento de Aristarco. Descartes lo decía en sus Meditaciones al instarnos a cuestionar todo conocimiento surgido de nuestros engañosos sentidos.

Enfermedades como el Virus del Nilo (1999), el SARS (2003), la H5N1 (2004), la H1N1 (2009), el MERS (2012), el Ébola (2014) y el Zika (2015) debieron ser campanas de alerta para prepararnos mejor. Sabíamos que en esta aldea global resulta utópico pensar que una enfermedad infecciosa quedaría confinada a un olvidado pueblecito. Es justo reconocerlo, no sabíamos prevenirla y no teníamos una rápida respuesta ante una crisis global y tal parece que luego de dos años aún no lo sabemos. Hoy, mientras la COVI cambia a su antojo y el mundo se debate estúpidamente entre antivacunas y vacunación obligatoria, el sentido común debía llevarnos a aceptar que, más temprano que tarde, tendremos que enfrentarnos a problemas igual o más de complejos que la COVI. Por ello ya deberíamos tener un sistema global de alertas tempranas con vigilancia centinela, capacidad de pruebas rápidas, rastreo, seguimiento, aislamiento de pacientes, así como un plan de confinamiento preventivo por etapas.

Es cierto, la ciencia respondió rápidamente para generar vacunas eficaces y eficientes. Desde el principio sabíamos que para controlar la pandemia era vital la vacunación masiva; sin embargo, la lujuriosa glotonería de las empresas farmacéuticas no ha encontrado freno ni dirección en una OMS que, como mucho, ha resultado inoperante.

Por otro lado, no parece lógica la desfachatez de un país que luego de festividades vividas con total desenfreno cuestiona, y exige, que algunas actividades vitales, como la educación, deban seguir en el ostracismo de la virtualidad.

Hoy parece que sabemos que sabemos cómo se contagia, pero hemos demostrado que no sabemos que sabemos cómo se previene y está claro que sabemos que no sabemos cuándo se acabará y, peor aún, no sabemos que no sabemos el significado y el poder de palabras como humanidad, comunidad y solidaridad. Ya lo decía Copérnico: “Saber que sabemos lo que sabemos y saber que no sabemos lo que no sabemos, ese es el verdadero conocimiento”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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