Columna


Se quemó

“Siento vergüenza ajena al ver el recinto de la democracia convertido en un circo de payasos, cuando no en plaza de mercado con mujeres peleándose la posesión de un hombre”.

MIGUEL YANCES PEÑA

17 de diciembre de 2018 12:00 AM

El tipo estaba tirándole piedra a todo y a todos desde hace mucho tiempo. Se ponía así del lado de los que pueden hacerlo, de los que están libres de pecado. Para saber que no, que había razones más bien para tirárselas a él.

La escena de los fajos de billetes -ni siquiera en maletín, como lo haría alguien de finas costumbres, sino en bolsa plástica- lo mostró como cualquier rufián o mafioso de mando medio. Y se habla de la existencia de videos en los que aparecería drogándose. La sanción más grande que pudo recibir, además de perder adeptos (ver encuesta Gallup reciente) fue que se invalidó; que ya no puede seguir tirando piedras sin golpearse a sí mismo.

Después de estos episodios uno se pregunta: ¿Esa es la persona que aspira a presidir esta nación? ¡Qué vergüenza! ¿Esa es la queremos de presidente? Ni la pena vale confrontar sus ideas, o el modelo económico que propone; ‘el quien es’ es suficiente para no tomarlo en serio. Para no votar más por él.

Entonces, como en todo circo, y como todo un camaleón, cambió de ropaje sin vergüenza alguna. Del insulto, la injuria y la calumnia, su discurso favorito, se le vio en el Congreso hablando -con el mismo énfasis, presunción y fantochería- de reconciliación. Esas cosas además de molestar dan risa. Me recuerdan -no es mentira ni exageración- a la Chilindrina con su famosa frase “es que yo, así como digo una cosa digo la otra”.

La senadora Griselda Lobo, del partido Farc, fue más allá, y casi que forzó al expresidente Uribe -ofreciéndole con fastidiosa insistencia- que le aceptara de regalo una macetica tipo bonsai. Este le había dicho minutos antes “Yo no albergo odios. Además, es inútil porque quien alberga odios pierde lo mejor de la vida” y haberle pedido con mucha decencia y tacto “reléveme de esos simbolismos senadora”.

Es más de esa hipocresía propia de la politiquería en la que el uribismo no cae, que, con lenguaje corporal y verbal, símbolos y parafernalia -de la cual Santos fue su mayor exponente- dicen lo contrario de lo que piensan. Y la posición cómoda y desvergonzada de quienes, habiendo logrado todo lo que un reyezuelo puede otorgar, perciben que lo más importante no lo han conseguido: que la nación los vea como gente de bien, porque no lo son.

Perdón puede haber, porque es un acto de la conciencia. Pero olvido no, porque el hombre no puede controlar su memoria, sus recuerdos: cualquier circunstancia baladí, se los puede traer al presente. Así que agradezcan el perdón y tantas cosas más que les arrebataron a De La Calle y a Santos. Nadie los odia, y nadie tiene los deseos de venganza que en muchos de la izquierda sí es palpable, porque la JEP es el instrumento que les permitirá llevarla a cabo.

Siento vergüenza ajena al ver el recinto de la democracia convertido en un circo de payasos, cuando no en plaza de mercado con mujeres peleándose la posesión de un hombre.

*Ing. Electrónico, MBA.

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