Desde el principio de los tiempos hasta el sol y la noche de hoy, la especie humana, aferrada a la inmortalidad, se debate entre la vida y la muerte.
Con la llegada de cada enfermedad le fabricamos ‘la contra’, parando en seco a la inmensa mayoría de los invisibles mercenarios, dispuestos a borrarnos de la faz de la Tierra, lucha sin cuartel que comenzó en el mismísimo Paraíso Terrenal, descrita, sin perder detalles, en la Sagrada Biblia.
Pero la terquedad innata de los descendientes de Adán y Eva fue siempre nuestro peor enemigo. Cuando apenas nos acomodábamos en el Edén, el Padre Celestial les expidió la primera receta de que se tenga noticia: “De todo árbol en el huerto podrás comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”, ¡Ni fumarás!, agrego yo; pero, como ocurre hoy, se la pasaron por la faja aceptando, eso sí, los consejos de la serpiente, dando rienda suelta a los instintos, indigestándose e intoxicándose con manjares prohibidos.
Como era de esperarse, fueron expulsados y, sin contemplación, les pusieron las maletas y sus demás chécheres en la puerta del Paraíso, ahí donde vivieron a cuerpo de rey, sin mover un dedo, y esas reminiscencias, gratis y placenteras, dejaron huellas imborrables en nuestro cerebro, y desde entonces somos viudos del Paraíso Terrenal.
Lo cierto es que gran parte del rebaño de Adán y Eva intentará, durante toda su vida, fabricar, a pulso, su propio Edén; otros lo mendigarán al Estado y un grupillo cabalgará sobre las sanguijuelas del poder maldiciendo a quienes recomiendan “No darles el pescado, enséñalos a pescar”.
Pero, aún en estos tiempos del ipso facto, pregoneros del Apocalipsis aseguran que no hay solución posible, pues el castigo derivado del ‘Pecado Original’ azotará a todos los descendentes de Adán y Eva, per saecula saeculorum.
Sin embargo, cada vez que aparece una peste, surgen las manos luminosas de la ciencia médica, también la magia de los chamanes, las pitonisas y sus oráculos infalibles, señalando a las ‘fuerzas ocultas’ como únicas responsables de incurables tribulaciones.
Verdades absolutas para todos los gustos en un país desangrado y estuporoso, donde hacen creer que el origen de todas las desgracias, obedece a conjuros partidistas, enemigos del statu quo, olvidando, de propio, que los colmillos del hambre, la injusticia y la miseria causan profundas heridas en el cuerpo y el alma.
No lo dude: solo sanarán zurciéndolas con hilos solidarios de respeto y esperanza.
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