Columna


Ser o no ser

CÉSAR PIÓN GONZÁLEZ

05 de diciembre de 2017 12:00 AM

Cuando inicié mi carrera política y tenía que hacer presentaciones en tarima, empecé a aprenderme de memoria los discursos del caudillo liberal, Jorge Eliécer Gaitán, sin embargo al olvidar una frase o palabra en la secuencia oratoria, lo pensado para impactar positivamente se derrumbaba llevando al oído un discurso inarmónico y veintejuliero.

Con el transcurrir del tiempo pude entender que el discurso era la exposición de ideas fabricadas y trasmitidas para el auditorio y que ellos deseaban escuchar, es decir, se requería un conocimiento básico de la realidad, un vocabulario técnico y una capacidad de trasmitir que me llevaron a efectuar algunos cambios en la formación de mi vida.

La palabra se ha convertido en una herramienta diseñada bajo decoraciones que incursiona en la susceptibilidad y la vida de los presentes, que impresiona, seduce, pero no logra resultados en el tiempo si se carece de las tres líneas cristianas básicas: bondad, comunión fraterna y servicio a los demás.

Esta explicación del apóstol Pablo en una de las cartas cuando se refería al puerto Corinto, “Que por ser puerto es cosmopolita que varía la cultura e incrementa los problemas morales, y que además como puerto griego todo lo volvían discurso e ideología”, implica que sentía ese sacerdote que interpretaba a Pablo, con un temor de que el actuar se volviera discurso e ideología que no comprometiera la vida, reafirmando el miedo del discurso emocional que no tiene que ver con tu vida, y reafirmándote que la experiencia de la fe nos debe llevar a la comunidad, y si no lo hace, es simple ideología.

Su prédica llegó a lo profundo de mí al escucharlo hablar de las divisiones de la comunidad, donde hay pocos ricos y demasiados pobres, donde muchos no se juntan con los menos favorecidos y quienes socialmente estamos llamados a constituir la unidad en nuestra sociedad, nos dividimos por distintas razones; morales, de inteligencia humana, intereses y culturales. Más bien debemos tener un cambio de conducta a través de una estructura de vida, vivencia y relación con Jesús donde no se polarice o señale, sino que se construya.

Hay que sacudirse de la realidad, en donde ser político debe estar enmarcado en la vocación del cristiano, o en la pureza de la consciencia que nos permita brillar en el contraste que caracterizó al cristianismo después de Cristo, que aun para morir entonaba cantos y afrontaba la realidad de los más crueles tormentos que vivieron en el circo romano, donde su fe desconcertaba a quienes querían ver sus angustias manifestando qué clase de gente eran, que aun muriendo perdonaban y se amaban.

 

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