Columna


Sin remedio

EDUARDO GARCÍA MARTÍNEZ

14 de marzo de 2020 12:00 AM

Al finalizar 2019 Rusia mostró su extraordinario avance militar con el misil Avangar, capaz de evadir cualquier obstáculo, viajar 27 veces a la velocidad del sonido y causar la mayor destrucción posible al enemigo. Los Estados Unidos mataron al máximo líder militar iraní Qasem Soleimani y a sus acompañantes en las afueras del aeropuerto de Bagdad -Irak-, utilizando drones de precisión. Otras naciones como Corea del Norte sacan pecho con sus avances en materia armamentística por si la guerra se hace inevitable.

Las potencias y algunas delirantes dictaduras invierten cifras colosales en armas de destrucción masiva y no temen llevar al mundo hacia los abismos de una guerra posible, que puede estar lejos o a la vuelta de la esquina, dependiendo del humor con que amanezcan sus líderes o los intereses económicos que haya que defender en el momento preciso. Siria es el último laboratorio donde las dos principales potencias y la emergente Turquía realizan los nuevos ensayos del desastre.

En esas estaban cuando de la nada apareció un monstruo que los volvió a la realidad y los tiene sumidos en el desconcierto: el coronavirus. Desde su aparición en la ciudad china de Wuhan, todo pasó a un segundo plano -hasta el acuerdo de paz entre los EE. UU. y los talibanes de Afganistán- algo realmente impensable. Este repentino virus convertido en pandemia ha causado la muerte de miles de personas y puede escalar porque no hay remedio a la vista, tiene vuelta trizas la economía mundial y parece que está obligando a marchar en una sola dirección a los amos del mundo.

Los EE. UU., Rusia, China y otros países industrializados podrían resolver buena parte de los padecimientos de la humanidad si utilizaran los recursos que destinan a las armas invirtiendo en educación, salud, agua potable, ciencia y tecnología, infraestructura en los países que más necesitan ayuda. Meter plata para mejorar las condiciones de vida de millones de personas que mueren a diario de hambre, sed y enfermedades que bien pudieran controlarse de manera oportuna.

Pero contrario a ese sueño, siguen contaminando la tierra hasta más no poder, destruyendo la naturaleza con sus prácticas depredadoras y deshumanizadas y poniendo en peligro la supervivencia de nuestro planeta. No creen en el calentamiento global e imponen a todo costo su concepción de crecimiento y desarrollo. “Catastrofistas” llama Trump a quienes defienden la naturaleza y luchan por un medio ambiente sano. ¿Será que el coronavirus producirá el milagro de encarrilar el delirio de los poderosos?

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