Columna


Trump en la intimidad de sus compatriotas

RODOLFO SEGOVIA

18 de febrero de 2017 12:00 AM

La prensa afecta al Partido Demócrata hace ruido y, a veces, pasa la raya de lo malevolente. Trump, claro, es blanco fácil. Sus maneras y talante parecen caricaturas. En los programas gringos de la TV, Kimmel de la ABC y Fallon de la NBC, trapean con él. Son tan divertidos como ver ganar a la Selección. Pero muchísimos de los que ríen con los gracejos se identifican con el muro y las órdenes ejecutivas antimigratorias. No lo confiesan, pero aplauden la enconchada.

A América toda, se sabe, llegaron gentes nuevas a someter o exterminar, don Sancho Jimeno, el de Bocachica en 1697, por ejemplo. Con matices, el bagaje ideológico igual. En los Estados Unidos, los blancos cocinaron un modelo revolucionario de organización social, que se templó en su guerra contra el poder colonial. Eso los marcó y los marca, sobre todo después del éxito en ir vertiginosamente de océano a océano. Los defensores del modelo fundacional tienen audiencia prefabricada. Trump es defensor. La cuasiteocracia intelectual del noreste y la costa pacífica gringas, en cambio, anda en un limbo desorejado. Donald puede ser una aberración, pero los Demócratas han sufrido en el Congreso y en las gobernaciones estatales palizas electorales mayores que la de la disputa por la presidencia.  

El cuento del modelo va con la naturaleza blanca y cristiana del oleaje migratorio de la historia inicial de los Estados Unidos como república independiente. Sus valores no eran muy distintos de los de los raizales. Estos últimos los aceptaron seguros de poder domesticarlos. Y así fue. A principios del siglo pasado, el presidente Teodoro Roosevelt lo definió con precisión: bienvenidos los inmigrantes siempre y cuando vengan a convertirse en americanos. Atrás deben quedar filiaciones foráneas, costumbres disonantes o lealtades confusas. Casi todos aceptaron las reglas.

Es la pretensión de algunos de los nuevos ahora a ser distintos lo que produce repulsión. En ese sentido, la inmigración latina a los Estados Unidos ha sido ejemplar. Su aspiración, cuando los dejan, es ser gringos y hacerse al sueño americano. Y en general lo logran, si bien el camino es culebrero para los de color más café. Los inmigrantes forzosos, los negros, también la han tenido dura, pero sin deseo mayoritario de disentir. Sin opción, aceptaron los valores del modelo. El lío ha sido el que, por ser tan distintos, los acepten a ellos. En pocas culturas en el mundo, empero, hubiera podido darse el milagro sin revolución, todavía en marcha, de los derechos civiles en la segunda mitad del siglo XX.

En la intimidad, parte de las aún mayorías blancas, abrumadas y que se saben en franca pérdida demográfica, se colgaron de Trump como de una percha salvadora. Después de convivir pacíficamente con tantos retos culturales, quieren un alto. Es la magia que les ofreció Donald. Se desencantarán y reirán menos cuando constaten que ni el deslastrado personaje ni las heterodoxas recetas funcionan.

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