Columna


¿Turno para la maquinaria corrompida?

ALCIDES ARRIETA MEZA

10 de marzo de 2018 12:00 AM

El titular de esta columna no está referido a ninguna estructura metálica, usada para realizar obras de gran envergadura. No, esta nota se referirá al nombre coloquial dado a las marrullerías que realizan astutamente algunos personajes en cada elección.

La Constitución Política de Colombia define al Estado colombiano como democrático, ideal que está en proceso, pero en muchos campos en retroceso. En ese contexto el domingo 11 de marzo de 2018 se celebrarán los comicios para elegir los “legisladores colombianos”, el Congreso de la República.

He colocado la palabra legisladores entre comillas porque esta función es propia de estadistas, de los mejores seres humanos, que sin ser perfectos estarían dotados de una gran estatura ética y que han escogido el interés general como su forma de vida, lo cual dista bastante de muchos de los personajes que aparecen en el tarjetón electoral.

En contienda están, entre otros, inescrupulosos negociantes electorales, los mismos que históricamente han corrompido al elector; mercenarios de la democracia, compradores de la inconciencia colectiva, saqueadores de las finanzas públicas. El dinero de todos los colombianos es la fuente de su riqueza: mermelada pura, contratos y puestos.

El Congreso de Colombia, salvo minoritarias excepciones, ha sido una institución al servicio de intereses particulares y no de la república. Esta, la res pública, consideraba por el Derecho Romano, como aquello que no es considerada propiedad privada, está dejando de existir, porque el Estado colombiano, tiene dueños.

La democracia colombiana centrada en el todo vale, históricamente asocia corrupción, clientelismo, tráfico de influencias, compraventa de votos, vinculando actores públicos, privados, y sectores sociales, que hacen parte del circo de la farsa electoral, esta, convertida casi en una cultura y patrón moral, de una democracia que muestra su cara más descompuesta en cada elección.

La poderosa maquinaria que promueve la pobreza, la miseria, el analfabetismo funcional, esa misma, que ha destruido la sociedad y el Estado, amiga de la desnutrición infantil, de la educación de mala calidad, y que ha hecho del derecho fundamental al trabajo, una forma de esclavización, nuevamente saldría victoriosa, a menos que la franja abstencionista decida participar.

Las elecciones locales y congresionales, son en gran medida una estafa democrática, o como dijera Sartori, la falsificación de ella, que aprovecha además, la desesperanza, la propagación de un individualismo que atomiza la sociedad, gesta, desarrolla un hiperegoísmo, que ha negado posibilidad de construir una comunidad política ética.

El escenario que se vivirá en el país, no es propiamente el de unas elecciones democráticas, por el contrario, estás vienen sitiadas por la corrupción, al punto que la misión de observación electoral ha advertido que varios municipios están en riesgo extremo, entre ellos, Cartagena, sede nacional del fraude electoral.

El Estado colombiano no es del todo democrático, está en trámite, por ello, es loable la valentía de personas, movimientos y partidos progresistas que aún, en condiciones desiguales participan en cada una de las elecciones que se realizan en el país, con el propósito de convertir al Estado y a la sociedad colombiana en libre, pluralista, ética y equitativa.

En ese contexto todo pareciere dado para que la maquinaria tradicional y deshonesta triunfe y aplaste una vez más a los sectores alternativos, aquellos que en verdad desean una nueva Colombia libre, ajena a las trampas electorales.

Anima que la ciudadanía esté despertando y algunas organizaciones sociales sean ejemplo de dignidad política, esfuerzo que desde luego, el domingo no será suficiente para reducir las formas delictivas del ejercicio de la política, pero que son pasos gigantes en el camino indicado, como también lo será el gran aporte de los organismos de control. La consigna es votar a conciencia, elegir a los mejores, no te rindas.

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