Columna


Un año electoral

DANILO CONTRERAS GUZMÁN

25 de enero de 2018 12:00 AM

En teoría la democracia es un valor imprescindible de la civilización occidental y un redescubrimiento de la revolución francesa, pues ya esta fórmula de gobierno había triunfado en el ágora ateniense presidida por Pericles hace 25 siglos. Después de aquel prócer, una nube oscura de tiranías diversas cubrió el concepto del gobierno del pueblo por más de dos milenios.

La realidad no tiene contemplaciones con la teoría. En la crisis institucional de Cartagena, me sorprende la opinión de personas de cultura aceptable, que afirman que es mejor volver al viejo régimen de designar alcaldes a dedo desde Bogotá. Algunos voceros de esta reaccionaria postura han tenido su premio de consolación en la espuria extensión del encargo del alcalde, si nos atenemos a la tesis según la cual desde cuando se aceptó la renuncia de Duque y se encargó a Londoño, el Gobierno central debió convocar elecciones. Bajo esta premisa hoy tendríamos un alcalde legitimado por el voto popular.   Expreso con lo anterior que la democracia como valor intangible no es hoy un asunto pacifico. Tal vez por eso ganaron tanta notoriedad algunos líderes autoritarios. Trump, Duterte o Maduro son ejemplos globales de enemigos de los criterios que perfilan la democracia, que es oposición a todo autoritarismo.

Con sus precariedades la democracia ofrece a los colombianos un año repleto de elecciones que, también en teoría, permitirán decidir libremente quiénes y bajo qué criterios nos gobernarán. Pero el panorama no es halagador. Los hechos dicen que varios factores conspiran contra la renovación política.

Tal vez la abstención, históricamente mayor al 60% contribuye al statu quo. No estoy seguro, pues no sé a ciencia cierta si los abstencionistas lo hacen a guisa de protesta o por desinterés.

Lo claro es que la precaria pobreza que padece la gente, es causa eficiente para que la democracia no se traduzca en buenos gobiernos.

Una dura frase se suele atribuir a Brecht: “Primero va el comer, luego va la moral”. Un pueblo necesitado carece de elementos para elegir bien entre la multitud de candidatos que el marketing les “vende”. Quien padece hambre tiene como prioridad salvar el día, poco le importan los políticos que aparecen en camionetas polarizadas a pedir el voto a cambio de una dádiva. Su criterio moral solo les indica que primero es solucionar lo del día.

Las castas políticas lo saben y navegan en esta ignominia para triunfar. Y la masa crítica que se refugia en universidades, empresas que pagan bien y que son una clase media que intenta sostenerse, es temerosa o indiferente.

Hannah Arendt expuso una reflexión a propósito de los retos del año electoral: “Espero que la capacidad de razonar le dé a las personas la fuerza para evitar las catástrofes que nos amenazan en estos momentos raros”.

 

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