Columna


Un chispazo de Jesús

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

30 de diciembre de 2012 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

30 de diciembre de 2012 12:00 AM

El jurisperito Jesús Caballero Leclerc no hubiera hecho mal papel en la tertulia del Nuevo Café de Levante que presidía Valle-Inclán. Así lo reconoció la Cartagena que conoció y disfrutó su chispa de repentista. El viejo usó bastón y sombrero desde joven, para derrochar pinta de señorón, y la política le atrajo a su manera, bajo el cálido alero de Pacho Vargas, su amigo y jefe. De ahí que se paseara con decoro por varios destinos municipales y departamentales, por un juzgado de Circuito, otro Superior y una magistratura de tribunal.
Sin embargo, la posición que más le satisfizo a Jesús fue la Personería Municipal, que desempeñó por dos períodos consecutivos. Consiguió eso que ahora llaman resultados, es decir, buena gestión, con palmas sonoras y celebraciones concurridas. Creyó, en tal virtud, que tenía en la mano un tercer período y reventaba de la dicha. Dos años más de vitualla asegurada, decía.
Pero no contó con la astucia del director de un periódico local que era concejal y elector suyo, y que le resentía haber removido de su puesto de visitador a un recomendado que en realidad trabajaba era como linotipista del matutino que dirigía. El periodista se la montó, junto con un colega liberal, para elegir otro personero. No creyó en las intrigas de sus dos malquerientes y terminó descabezado por un voto de mayoría.
El periodista tenía una amante célebre: inteligentísima, espigada, con cuerpo de guitarra, piel lozana y ojos vivaces. Su relación era un secreto a voces en la ciudad y las envidias caían sobre la testa del concubino afortunado como rectos de derecha contra la seriedad que aparentaba. Los comentarios bullían en los cafetines, las esquinas, el parque del Centenario, el hotel Americano, los bajos de la Gobernación, el portal de los Dulces y los talleres del diario.
Uno de los comentarios fue de una crueldad infinita, pues se rumoraba que el insigne periodista y concejal tenía problemas con la erección, y la fama de sádico que había adquirido –golpeaba a sus “levantes” para excitarse– le ahuyentó numerosas conquistas, entre otras, ésta última, aunque la persuadió de que con ella sería distinto, pero si lo ayudaba de tal manera que los actos de amor transcurrieran sin frustraciones. No soy masoquista, le advirtió ella en tono afirmativo.
En el primer encuentro no hubo problema ninguno. El hombre respondió. Ella lucía esplendorosa y enterita para arrebatar los sentidos del macho más frígido del mundo. Del segundo encuentro en adelante –vaya maledicencia–, se chismorreaba que ella tenía que introducirle un pezón en el recto para habilitarlo. El tipo se enloquecía y montaba con la ultrapotencia de un padrote. Con el buen uso de la imaginación –diría Quevedo–, tienen consuelo los gemidos de cualquier impedimento.
¿En cuál de esas dos mentes lujuriosas se haría la luz de semejante estímulo?  
Pues bien, el día señalado para elegir personero, el periodista y su segundo en la maniobra botaron a Caballero Leclerc de la Personería. De paso para su periódico, el periodista divisó al derrotado en la esquina de las calles del Tablón y Carretas. Lo alcanzó y le preguntó: ¿Cómo te sientes en el pavimento? Jesús, al rompe, le contestó: “Como teta en jopo”.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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