Columna


Un instante eterno

YEZID CARRILLO DE LA ROSA

03 de diciembre de 2022 12:00 AM

“Se debe tener más miedo a una vida mala, que a la muerte”. Bertolt Brecht.

Platón descreía de los jóvenes; pensaba que la república debía ser gobernada por una especie de gerontocracia que impidiera la anarquía de las pasiones. También Cicerón y otros ilustres pensadores celebraron la vejez que los liberaba de los ardores juveniles y los volvía sabios y prudentes; y hasta hace poco, la adultez fue vista como una edad honorable y la juventud como un infortunio o estorbo, por lo cual, las y los jóvenes ambiciosos debían y querían parecer mayores. Hoy, por el contrario, la senectud se “deprecia” y la mocedad se revaloriza.

La mayoría de los adultos/as - señala Pascal Bruckner-, pretenden hacer de cada instante una eternidad: sueñan con una nueva primavera en otoño o ambicionan – infructuosamente- retrasar el invierno que amenaza con sus primeras lluvias.

El sistema económico actual (neoliberalismo), basado en la explotación infinita de las emociones y los deseos, y su modelo cultural (posmodernidad), que estimula el hedonismo y el narcisismo, promociona la adultez y la madurez como signo de decadencia y la juventud como la promesa de todos los sueños. El nuevo imaginario cultural suscita la idea de que la vida ha dejado de ser breve y que la existencia es un largo camino que permite todo tipo de fracasos y comienzos, por eso, no hay premura. Vivimos una “modernidad líquida” que “parece” otorgar licencia a los mayores a mover el cursor para vivir mucho más tiempo y vivir intensamente: hoy se puede ser al mismo tiempo bisabuelo, abuelo, inmaduro y deportista.

Lo anterior, sin embargo, no deja de ser una fatua alucinación: primero, porque si bien es cierto que se ha prolongado la vida, esta no ha dejado de ser efímera y, segundo, porque la ciencia y la tecnología no han prolongado la vida en su conjunto, sino un fragmento de ella: la vejez. La juventud sigue concluyendo en el albor de los 30; es por esta razón que las jóvenes congelan sus óvulos o se someten a intervenciones estéticas en la flor de su existencia y los hombres mayores -usan estimulantes sexuales- simulando vivir una postadolescencia tardía.

El milagro, lo verdaderamente maravilloso, sería mantenernos, hasta el momento previo a la muerte, con la apariencia y el vigor de la juventud, con lo cual, esta vida efímera sería un “instante eterno”; pero inevitablemente la esperanza de vida saludable se estanca. Se nos han asignado 30 años más de vida, en muchos casos de vida agotada, por eso la pregunta acuciante es: ¿qué hacer con este sobrante de vida (vejez) que nos ha sido otorgado?

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