Columna


Un laberinto

MIGUEL YANCES PEÑA

30 de julio de 2018 12:00 AM

La política es la continuación de la guerra, o esta, la continuación de aquella, pero con otros métodos. Ambas sentencias son válidas; la primera, se deriva de la segunda atribuida a Carl Von Clausewitz, uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna. Las frases caen como anillo al caso colombiano. Un puñado de campesinos, residuo de la guerra entre liberales y conservadores que terminó con el Frente Nacional, se fue creciendo con el tiempo y tomándose, mediante el uso de las armas y la intimidación, primero, las regiones más apartadas del país, y luego con la permisividad de los gobiernos, las más cercanas a las grandes capitales. Se autodenominaron Farc-Ep, y decían ser un “estado” dentro del Estado colombiano.

El Plan Colombia atacó el problema con estrategias, entre ellas: 1) La modernización del Estado y sus instituciones. 2) El fortalecimiento de las FFAA mediante la profesionalización de sus hombres, y el uso de inteligencia y tecnología militar. 3) La erradicación y aspersión de cultivos, y la creación de subsidios y programas sociales que desestimularan la participación en el negocio de la droga, y redujera la brecha social; y por último, 4) El combate a muerte a la guerrilla (la mano fuerte) y una Ley que promovía su desmovilización (el corazón grande). Y el país cambió; los indicadores económicos y sociales mejoraron; pero faltó continuidad. Un gobernante elegido con votos ajenos; que se benefició de la reelección antes de abolirla; blandengue, falso, mentiroso y vanidoso a morir, les dio legalidad; y desde esa legalidad pretenden acabar con quien más fuertemente les combatió. Lo más reciente: una denuncia presentada por el expresidente Álvaro Uribe contra el senador Iván Cepeda por manipulación de testigos, fue archivada; y en su lugar la CSJ abrió una contra él por el mismo motivo, que provocó su renuncia al Congreso.

Hay dos grandes diferencias en este asunto: la primera es que Cepeda visitaba a los testigos en la cárcel; y en el caso de Uribe, lo hacia un abogado supuestamente contratado por él. Y la segunda, que mientras Cepeda pretendió una versión, motivado por el odio fariano para vincular a Uribe con el paramilitarismo y encerrarlo, el abogado de Uribe estaría buscando la retractación de ese falso testimonio. Y hay una gran diferencia entre comprar un testimonio falso y procurar uno verdadero, no obstante que en ambos casos haya que premiarlo. Por eso en este mundo de mentiras tan propio de nuestro presidente, es mejor dudar de todos los testimonios, ya sean dados de buena o mala fe, espontáneos o provocados, gratuitos o premiados.

Con Nobel y todo, aquí no hay paz. Hay es una continuación de la guerra con los enemigos empoderados, y con otras armas: el soborno, la mentira, los montajes, la calumnia, la injuria, la persecución legal, y todas las que puedan imaginar; que yo no. Y creen que derrotando a Uribe (de un ataque al corazón, o encerrándolo) van a ganar esta guerra. Y ahí sí, se podría cumplir la segunda frase al inicio de este escrito, abandonar la política para utilizar los otros métodos.

*Inge. Electrónico, MBA.

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