Apreciado Carlos, he leído tu última columna editorial del pasado 28 de febrero, donde expones los motivos para pasar, digo yo, de la fuerza que tiene tu palabra escrita al ímpetu de tu silencio activo. Expones motivos llenos de tristeza más no de resignación. En esta ciudad, en cuyas periferias tú y yo hemos nacido, es bastante frecuente atribuir al “pueblo” aquellas posturas y posiciones que cada uno trata de defender. Fácilmente se lanzan consignas, se adoptan decisiones y se realizan acciones en nombre de un pueblo que supuestamente las defiende. Nadie se atreve a elevar una voz que pueda parecer contraria al pueblo. Hay que hacer ver que la palabra expresada es la voluntad del pueblo y se llega a decir: “Vox Populi…Vox Dei”. Todo sucede como si la apelación al pueblo fuera el criterio definitivo para juzgar la validez de lo que se propone. Este deseo de defender lo que el pueblo quiere, debe ser, sin duda, la actitud de todo hombre y mujer que buscan el bien común frente a intereses egoístas y exclusivamente partidistas. Pero, sería una equivocación pensar que la única manera de amar a un pueblo es identificarnos con todo lo que ese pueblo dice y aprobar acríticamente todo lo que ese pueblo hace. Un pueblo, por el hecho de serlo, no es automáticamente infalible. Los pueblos también se equivocan. Los pueblos también son injustos y el pueblo cartagenero no es la excepción. Los Cartageneros vamos a seguir necesitando hombres y mujeres como tú que nos digan con sinceridad y valentía nuestros errores, nuestras vergüenzas y nuestros pecados. Hombres y mujeres que, movidos por su amor, se atrevan a levantar una voz, molesta y discordante, una voz que necesitamos escuchar para no deshumanizarnos más. Los escándalos del turismo sexual son apenas la punta del iceberg. En lo personal quiero decirte que un pueblo que no cuenta con los hijos que se atrevan a denunciarle sus errores e injusticias, es un pueblo que irá “perdiendo su conciencia”. Creo que uno de los mayores pecados de esta ciudad ha sido su sordera frente al grito de tu palabra escrita. Vienes del pueblo sencillo y de la academia, de las gestas populares y de los “Patiecitos Bíblicos” cargando únicamente contigo lo mejor y lo más humano de tu gente que, inexplicablemente, muere de leptospirosis. Lo grave aquí, querido Carlos, es que cuando un pueblo reduce al silencio a estos hombres y mujeres, se empobrece y queda sin luz para caminar hacia un futuro más humano. Quiero recordarte lo que ya sabes: buscar el bien para todos trae muchos problemas. Jesús lo sabía. No se puede estar con los que sufren, sin provocar el rechazo y la hostilidad de quienes se oponen al cambio. Es imposible estar con los crucificados y no verse un día “crucificado”. Mucho ánimo…mi oración te acompaña, Rafa.
RAFAEL CASTILLO TORRES*
ramaca41@hotmail.com
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