Columna


Uribe acorralado

MIGUEL YANCES PEÑA

26 de agosto de 2019 12:00 AM

Es inaudito lo que está sucediendo en Colombia con la única persona que ha demostrado tener el carisma, la credibilidad, el apoyo popular y la valentía para enfrentar, primero como gobernante y ahora como senador, el poder que ha venido ganando la extrema izquierda y su ejército de simpatizantes infiltrado desde hace mucho en las instituciones del Estado. No hay otro con atributos suficientes para librar esa batalla por la democracia y el sistema económico de desarrollo que nos rige.

De ahí que, en lugar de ganarse al electorado en el debate público, se hayan propuesto destruirlo. Y para lograrlo no hay límites, nunca los han tenido. Su lema es “combinar todas las formas de lucha”. Todas, sin barreras éticas, morales, ni humanas. La vida nos ha enseñado qué en toda lucha, los que menos límites tengan, llevan la de ganar, y en ese escenario –donde a unos les está permitido todo ya sea por miedo; por haberse vendido; porque no dan la cara, salvo dos o tres alimentados por un odio visceral, o porque desde esta orilla, nadie gastará su decencia y su tranquilidad en hacer lo mismo que ellos hacen– llevan todas las de ganar.

Es, además de quererlo sacar del medio para tener algún chance de llegar al poder, un asunto de venganza, tarea en la cual lo acompañan sectores privilegiados que fueron afectados con las políticas de su gobierno, y jóvenes incautos. Es inaudito porque sus más encarnizados enemigos, que deberían estar en la cárcel, han sido perdonados sin ninguna reciprocidad: piden perdón y olvido, pero persiguen con saña a quien los combatió.

Mientras, ellos quedaron protegidos con un aparato judicial conformado por simpatizantes (que podríamos imaginar comprados o intimidados), y premiados con posiciones políticas, guardaespaldas, y recursos económicos suficientes para vivir una vida aburguesada. La persecución no es solo contra el expresidente-senador, también contra su familia y sus simpatizantes, y me atrevería a pensar que contra todo el pueblo antioqueño. Los más inofensivos le piden que se retire de la política para evitar los ataques, ignorando, o sabiéndolo, que retirado sería más vulnerable.

Me niego a creer que, en el trasfondo, más allá de vulgares pasiones, haya una confrontación ideológica, porque el mundo moderno no encaja en ninguna. Los cambios tecnológicos, materiales y culturales son tan profundos y rápidos, que lo que nos debe guiar es el pragmatismo, la honradez y el buen corazón. Quiera Dios que la justicia, terminada la parafernalia izquierdista, entienda quiénes son los hombres de bien y quiénes los malvados.

El tema de la corrupción no tiene ideología, hay que combatirla a como dé lugar, pero se podría esperar que en un Estado dueño de los medios de producción de riqueza, esta sea mayor.

*Ing. Electrónico, MBA.

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