Columna


Vargas Llosa

ÓSCAR COLLAZOS

09 de octubre de 2010 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

09 de octubre de 2010 12:00 AM

Se esperaba que en cualquier momento-año más, año menos, el escritor peruano Mario Vargas Llosa fuera Premio Nobel de Literatura. Así que el jueves pasado se despejó un viejo malentendido, para muchos un mal pronóstico: que no se le concedería la más alta distinción de las letras porque, se decía, el gran novelista era un escritor de “derechas.” El mismo malentendido explicaba una de las omisiones más grandes de la Academia sueca: no haberle concedido el Nobel a Jorge Luís Borges. Se llegó a decir que uno de los jurados, el poeta Arthur Lundquist, había jurado no votar nunca por Borges en razón de sus veleidades políticas de “derechas”. Nunca se entendió muy bien que Borges era conservador por escepticismo. La grandeza de Borges fue mal entendida por los nórdicos. Si buscaban a un latinoamericano, no lo querían contaminado de “europeísmo.” Enmendarían un poco el error con el Nobel concedido a Octavio Paz, rama desprendida del árbol borgiano, poeta formado en uno de los movimientos literarios más europeos del siglo XX: el surrealismo. No pretendo hablar de la inmensa obra novelística de Vargas Llosa. La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo, son novelas magistrales, cumbres de la literatura latinoamericana del siglo XX. Son cimas del género, que el peruano concibió siempre como un diseño arquitectónico, complejo pero transparente, incesantemente sometido a búsquedas formales. En pocas palabras: la novela como obra de arte. El lado más polémico y más sometido a falsas percepciones, se encuentra en el Vargas Llosa intelectual, en el escritor público que, a partir de los años 70, al abandonar sus simpatías izquierdistas, dio un giro radical hacia lo que mal haríamos en llamar la derecha democrática. Vargas Llosa se ancló en la tradición liberal que tiene sus grandes referentes en Karl Popper e Isaiah Berlin. Este es el Vargas Llosa mal entendido por la izquierda que ha pretendido verlo como un escritor de derecha. En realidad, el antitotalitarismo del escritor peruano es de estirpe liberal y democrática, como lo fue el de Octavio Paz. Tiene su origen en el fracaso de las utopías comunistas y busca el perfeccionamiento del modelo democrático liberal. Enemigo de las dictaduras de derechas, lo ha sido también de las de izquierda. No por ser anticastrista, Vargas Llosa deja de ser el demócrata de centro. Es lo que han acabado comprendiendo los académicos suecos. La coherencia de su pensamiento es innegable. En este sentido, su obra ensayística y periodística es la de un intelectual de su tiempo. Discípulo apasionado de Sartre en su primera juventud, eligió después otra clase de compromiso, apartado de las utopías revolucionarias. Toda la obra novelística de Vargas Llosa tiene el sello latinoamericano. Pero, por contradictorio que parezca, el escritor ha pasado la mayor parte de su vida en Europa: París, Londres, Barcelona, Madrid. Su talante de escritor lleva la marca de la tradición cosmopolita de los escritores latinoamericanos, inaugurada en el romanticismo y el modernismo del siglo XIX. *Escritor salypicante@gmail.com

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