Columna


Vericuetos del tiempo

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

11 de agosto de 2018 12:00 AM

En el mundo contemporáneo existe una sola palabra para hablar del tiempo: el vocablo griego cronos. Pero los griegos de la antigüedad tenían dos términos. Además de cronos se usaba Kairós. Así se evidenciaba la necesidad de considerar dos ejes. Cronos significaba el tiempo cronológico secuencial de la sucesión, y Kairós el de la intención.   

En una cultura donde se use más cronos que Kairós se trata de una sociedad menos científica y lógica, en términos del denominado racionalismo occidental, si se trata de Kairós predominarían características más humanas, y cíclicas. Son dos tipos de orientación cultural hacía el tiempo: la monocrónica y la policrónica.

Una funciona con horarios que determinan la utilización del tiempo en determinadas actividades. La policrónica, por el contrario, considera el tiempo en forma flexible y arbitraria. Nada es sólido o firme, particularmente los planes para el futuro, porque pueden ser cambiados justo un momento previo a su ejecución.

Un pueblo que excluye el tiempo de su metafísica, excluye también otros temas. Donde no hay límite, ni tiempo, ni necesidad, tampoco hay cualidad, planeación ni energía, acaso espíritu y entusiasmo.

Ser y tiempo contiene tesis de Heidegger y la gran filosofía. Aunque el concepto primordial de la obra sea “ser- ahí”, “Dasein”, hoy todas estas luces de la  fenomenología alemana, se van degradando en tiempo y movimiento, una  tesis simple de pragmatismo mecánico.

Para Engels “el tiempo es la irreversibilidad de los acaeceres”. Mientras nuestro talentoso Joaquín Vallejo decía que “no pasa de ser la medida de cambio de las cosas y toma su existencia del mismo cambio”.

Porque para los marxistas, con Engels a la cabeza, “el tiempo no es nada si no pasa nada en él”, pero sin dudas la duración no es un instante que reemplaza a otro: porque no habría nada más que el presente, y menos una prolongación del pasado en lo actual, sin evolución y menos aún duración concreta.

Así se podría puntualizar que el tiempo solo tiene una realidad, la del instante.

Una magna obra literaria cabalga sobre el tiempo perdido y lamenta la mala utilización de este como recurso, mientras bailamos con una interacción del recuerdo, percepción, y deseo. Solo el ser que sufre necesidad es el ser necesario. La existencia sin necesidad, es una existencia superflua. Quien está desprovisto de necesidad no experimenta la voluntad de existir.

Pero para Cioran “el tiempo no esta hecho para ser conocido, sino vivido; escudriñarlo es envilecerlo, es transformarlo en objeto”.

Hay que aventurarse a decir que comprender el tiempo es librarse del presente.

“El tiempo es el ser, mientras es no es, y mientras no es, es. Decía Hegel, aunque nos parezca complicado entenderlo, tal vez porque “lo sacamos de contexto” como hoy se  justifican pensadores de agua dulce.

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