A propósito del revuelo causado por el plagio en la tesis de maestría de la representante a la Cámara, Jennifer Arias; merece la pena una reflexión frente a la función formativa del docente y la eficacia del sistema educativo en su integridad. Somos un país que pese a realizar importantes esfuerzos de democratización de la educación, estamos cayendo en algunos vicios, a saber: creer que tener más personas estudiando, mayor oferta académica y gran cantidad de instituciones es un indicador de éxito y avance académico, si en el proceso se sacrifica la calidad y la rigurosidad. El afán de lograr estándares internacionales en cuanto a producción académica ha afectado la gradual y natural maduración de algunos grupos de investigación y de docentes, que en ocasiones lejos de reflejar en sus trabajos una verdadera inquietud científica; diseñan proyectos para lograr asignaciones en nómina, por lo que en consecuencia no salen de los anaqueles de las instituciones. Siento que son muchos los que escriben, pero nadie está leyendo. La meta es entregar un paper, un artículo, obtener un certificado, correr hacia las revistas de alto impacto para lograr puntos en Colciencias, pero ¿dónde está el aporte para la transformación de la realidad? Las universidades no trabajan con un mismo contexto social, económico, no reciben estudiantes con la misma cualificación o fortalezas académicas; y sin embargo parecen ser medidas con el mismo racero; como si no fuera un esfuerzo mucho mayor el que realiza el docente cuando las exigencias de nivelación e inclusión son mayores en su aula. Como afirma la OCDE en su informe de Educación 2020, persiste un fenómeno de la idealización del título profesional y una percepción de la educación tecnológica y técnica como el ‘pariente pobre’ del sector universitario, siendo por el contrario una gran opción para el fortalecimiento de los sectores productivos, y de los planes de vida de muchos colombianos. Las exigencias que enfrentan las instituciones no solo para garantizar el ingreso, sino la permanencia del estudiante ha desembocado en el pecado de la promoción de estudiantes que no alcanzan las metas de aprendizaje propuestas. Muchos quieren ser profesionales, especialistas, magísteres, doctores, solo por el título y un mejor salario, sin estar dispuestos a vivir la vida de sacrificio y exigencia del estudiante. Frases como: “¡No me perjudique!” o “¡Yo aquí pago!”, se reciben ante la no aprobación de asignaturas.
La formación integral no debe ser un saludo a la bandera, sino una lucha colectiva, un compromiso de sociedad, así como una Universidad de calidad debe garantizar “transparencia y accesibilidad para inspirar seguridad y confianza” (Brunner, 2013).
*Abogada con Especialización en Derecho Constitucional y magíster en Derecho con énfasis en Derecho Empresarial y Contractual.
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