Su ascensión al poder generó grandes expectativas: cambios dramáticos, soluciones al caos imperante, una vida mejor para sus compatriotas. Por estas calendas, hace más de 220 años, uno de los hombres más poderosos atravesaba el más duro trance: el poder, que su familia había detentado por siglos, se desvanecía en sus manos; la riqueza de su país se había volatilizado en la desmedida y corrupta ambición de las apariencias; su mundo cambiaba a cada instante poniendo en peligro la monarquía y su vida misma.
Era el pobre Luis XVI, dueño de toda Francia. De buenas intenciones estuvo plagado su inepto mandato. Pero, su falta de carácter y el doble juego de los nobles le impidieron evitar la catástrofe final. Siglos de abandono y seis frustrados intentos de reformas para hacer más justo el sistema generaron más inconformidad en su pueblo, con las resultas de una progresiva reducción del poder del rey hasta ser llevado a las Tullerías, arrestado, procesado y guillotinado.
De esto se han escrito libros, tratados enteros, sesudos, profundos. Años de angustia, frustración, soledad y decadencia de una monarquía, que generaron una revolución que no dejo títere con cabeza y que cambió la historia de la humanidad. Sin embargo, para mí, la versión más completa y concreta está plasmada en la canción “Viva la vida”, de Coldplay (1): “solía gobernar el mundo, los mares se alzaban cuando lo ordenaba; sentir el miedo en los ojos de mis enemigos; escuchaba como la gente cantaba: ahora el viejo rey está muerto, ¡larga vida al rey!; los revolucionarios esperan mi cabeza en charola de plata, solo una marioneta en una cuerda solitaria; nunca hubo una palabra honesta, pero así era cuando yo gobernaba el mundo…”. Es paradójico que una letra tan triste y cruda tenga los compases de la música más alegre y viva, un verdadero canto a la vida. Tambores resonando en un maravilloso fondo de violines y la inconfundible voz de Chris Martin.
Pero lo más increíble es que esta historia de codicia, ineptitud, fracaso y muerte no haya servido de ilustración a tantos líderes ambiciosos tras la fatua gloria del poder aún a costa de su bienestar y de su vida, desconociendo que, más temprano que tarde, se verán arrastrados por la inevitable represalia de un pueblo reprimido.
Y las elecciones en Francia dejaron a dos rivales totalmente diferentes: una, Marine Le Pen, sectaria, radical, verdadera amenaza nazista. El otro, Emmanuel Macron, inexperto mesías con ínfulas de Napoleón. La absurda victoria de Le Pen sería una peligrosa compañía para psicópatas como nuestro vecino del norte, que nos acercaría a un holocausto y que, ante la inminencia del juicio final, nos haría desear como Coldplay: “por alguna razón que no puedo explicar yo sé que San Pedro dirá mi nombre”.
(1) https://www.youtube.com/watch?v=dvgZkm1xWPE
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
Comentarios ()