Columna


Voto de opinión en el Caribe

ANGÉLICA RICAURTE V.

29 de junio de 2022 12:00 AM

Ha sido a lo menos simplista, por no decir prejuiciosa, esa reducción que hacen algunos analistas que sugiere que en la Costa Caribe no hay un activismo político que debate, y que es capaz de pensar y repensar lo político o de emitir, sin pasteles y tamales, un voto de opinión.

De esta forma, hay quienes han sugerido que son las maquinarias de algunos políticos tradicionales costeños –incluso cuestionados– lo que explica el tremendísimo respaldo de la Costa Caribe al presidente electo Gustavo Petro, que obtuvo casi 700.000 votos adicionales en esta región en la segunda vuelta presidencial.

Esta posición es problemática por al menos dos razones. La primera de ellas tiene que ver con la subestimación de la capacidad reflexiva del ser caribeño, muy ligado a lo que el historiador cartagenero Alfonso Múnera ubicó en el trasfondo de los mitos fundacionales de la nación neogranadina, a saber: la idea de que la superioridad social e intelectual emergía de los “blancos” de las frías tierras del altiplano, mientras que en el resto de territorios calurosos, costeros y selváticos donde abundaban los indígenas, negros y mulatos, podía emerger cualquier cosa, menos la razón.

Así, aquella posición que sugiere que en la Costa Caribe casi que no existe el voto de opinión –entendiendo éste como el ejercicio del derecho al sufragio de manera consiente, autónoma e informada–, es no sólo una creencia errónea, sino sobre todo fundamentalmente racista, porque asume que las motivaciones políticas en la región obedecen al ofrecimiento de dádivas y no a un proceso racional del individuo del Caribe. Aunque lo anterior no obsta para problematizar cómo se van tejiendo las relaciones de poder –en y desde– las regiones, y cómo éstas se articulan con el poder central, sí es simplista reducir las afinidades políticas e ideológicas de una región al exclusivo pragmatismo de la ‘realpolitik’.

La segunda razón que explica lo inconveniente de esta percepción es que desconoce o minimiza los enormes esfuerzos colectivos que han emergido con más fuerza durante los últimos años en la región, y principalmente después de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc. Este último hecho, junto con el boom del feminismo popular y el movimiento antirracista en Colombia, que se alimentó de la movilización social que estalló en Estados Unidos y otros países de Latinoamérica, cimentó las bases de un tipo de activismo cívico en el Caribe promovido por víctimas del conflicto armado, mujeres, jóvenes, campesinos, afrocolombianos y comunidades indígenas.

En el Caribe también surgen profundos debates sobre lo político, desde los barrios populares o desde lejanas veredas, y se problematiza la realidad al son de sus ritmos alegres y sus cantos, porque sí: el Caribe también piensa y reflexiona.

*Abogada e investigadora de la Universidad de Cartagena.

Magister en Derecho de Pennsylvania State University.

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