Columna


Y Dios creó a los nietos

HENRY VERGARA SAGBINI

30 de julio de 2018 12:00 AM

Uno escucha frases de las cuales hubiese querido ser su progenitor pero luego comprende que, tratándose de los hijos y, sobre todo de los nietos, ellas vienen grabadas en sus frentes como voces premonitorias de la inmensidad del cielo.

Por ejemplo, Armando Fuentes Aguirre, escritor mexicano de talla universal, asegura que  “si te portas bien, amigo mío, Dios te dará un premio: un hijo; si te portas muy bien, entonces te dará un premio aún más grande: una hija… Si te portas muy, muy bien, entonces, amigo mío, Dios te dará un premio todavía mayor: un nieto. Pero si te portas mejor, mejor, mejor, entonces, amigo mío, Dios te dará el mayor de los premios: una nieta”. Y es que cada vez que nace un niño, sin importar dónde ni por qué, la vida retoña en sus manitas indefensas y florecen luceros en el firmamento de sus ojos, cual promesa de inmortalidad.

Sin embargo, muchas veces olvidamos que la existencia es una canción que se repite en las sonrisas de los hijos y, sobre todo, en el abrazo tierno de los nietos dándonos la bienvenida a la salida de la escuela, con tanta algarabía, como si hubiesen pasado diez siglos sin vernos.

Igual debió pensar el pichoncito  que súbitamente cayó de su nido, desde la rama de un  árbol, allá en el lejano y gélido  patio de la casa de mis nietos, Amélie-Rosse y Antoíne-David. Inmediatamente lo abrigaron, ofreciéndole pan y leche, con tanta dulzura y dedicación que parecían los propios padres del asustado gorrión. Le fabricaron un nuevo hogar con bufandas, algodones y calcetines, le cantaron canciones de cuna, acariciándoles sus alas, tranquilizándolo para luego devolverlo sano y salvo a su santuario de ramas, aromas  y clorofila. Esa postal de solidaridad elemental, cargada de genuino afecto por los que sufren desamparo; ese desapego de las cosas materiales sin esperar nada a cambio; esta sencilla historia  de  protección  al más pequeño y humilde, estoy que  se las envío al “todopoderoso” de la Casa Blanca que se equivoca al pensar que todo se resuelve  en una caja registradora o en los libros de contabilidad.

Y es que se recoge lo que se siembra, única opción de sobrevivir como especie, sin importar las amenazas de las costumbres impuestas obligándonos, insistentemente,  a renunciar a la ternura y a la lumbre del  mañana. Los besos, las caricias, nunca sobran cuando de la crianza de los hijos y de los nietos se trata, mezclados con gotas  de  paciencia, dulzura y templanza, alquimia infalible, capaz de hacerles germinar sus propias alas en búsqueda de la estrella elegida en el firmamento para  tejer ahí sus propios nidos de sueños, libertades y esperanza.    

hvsagbini_26@yahoo.es

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