Columna


Y los abuelos...

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

13 de mayo de 2017 12:00 AM

Muchas niñas de 11 y 12 años tienen, a esa tierna edad, su primer hijo en condiciones de infinita pobreza. A sus padres de escasos recursos se les incrementan sus necesidades con ese nieto, que más bien es la segunda edición de un hijo.

Mientras tanto mujeres de mejores ingresos proceden al revés. Se resisten a iniciar el bello proceso de la maternidad en plena juventud. Distintos factores las mueven a aplazarlo. Unas pocas por la vanidad de mantener un cuerpo tentador, la mayoría por buscar un mejor estar económico.  

En Europa y los Estados Unidos es frecuente que comiencen a parir cerca de los 40 años, cuando antes esa era la “edad de retiro” de esos menesteres. Muchos ginecólogos consideran grave riesgo que las mujeres tengan hijos a esa edad.

Todo ese fandango de conductas termina en una amenaza de extinguir una institución: la de los abuelos. En las clases populares, hay algunos que se van convirtiendo en una especie de padres sustitutos. Ayudan en medio de sus estrecheces  a menores sin capacidad económica para asumir responsabilidades.  

En los estratos de mejores ingresos la edad promedio de los abuelos aumenta en unos 20 años. Esos niños tan postergados se verán privados de disfrutar las ventajas de tener esos compañeros. 

Uno de los más bellos recuerdos que nos acompaña es el de los abuelos. Por lo general, han sido seres llenos de ternura, que con base en afecto se ganaron nuestro amor. A los padres se les quiere porque sí. Pero los abuelos son seductores profesionales, consentidores que además de malacrianzas, nos llenaban de divertidas historias y sabias sentencias que también formaron nuestra personalidad. Voces del ayer que nunca pierden vigencia, que sirven de conjuro en situaciones adversas. Un lenguaje hermoso conmovía con vivencias lejanas, que fueron nuestros primeros códigos.

La creatividad del niño se incrementa con fábulas y experiencias que los abuelos solían trasmitir con ternura. Hechos que podían estar distantes de la aplastante realidad, que en últimas, viene siendo ser una incesante degradación del ser humano. Qué bueno cautivar el interés del niño hacia sueños y “sentires”. Como quiera que en el terreno de la razón nadie puede con la dialéctica infantil, los abuelos les incitan a la alegría y el optimismo, les despejan sombras y miedos, propician que sean  soñadores, generosos y esforzados. En la vida mucho necesitarán esos niños de sueños y entusiasmo.

A los padres les corresponde manejar ecuaciones y teoremas, el deber y el orden, silogismos y doctrinas. La delirante docencia de los abuelos apenas es inyectar nobleza de alma, generosidad, y fantasías. Enseñar que lo importante no es llegar a ser fuertes, sino superar la debilidad que se manifiesta en dureza. 

AUGUSTO BELTRÁN

abeltranpareja@gmail.com

 

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