Columna


Y Sícalo se fue

GLENDA VERGARA ESTARITA

07 de enero de 2017 12:00 AM

La vida nos había separado sin adioses ni explicaciones. El 23 de diciembre, sin embargo, me dirigió un saludo que yo respondí con la misma calidez de un gran afecto que estuvo agazapado, pero no había muerto. Era premonitorio. Tanto que hablamos durante los últimos años y esas breves palabras, las únicas que podíamos intercambiar en el presente, clausurarían para siempre una amistad que se remontaba a mi edad de colegiala, cuando descubrí a un treintañero brillante y obsesionado con la cultura, al que le perdí el rastro por dos décadas.

Eran los tiempos de La Caterva, una revista  que, además de haber sido una publicación literaria, era el resultado de un movimiento que aglutinó a unos amigos en torno a una dinámica cultural hasta entonces inexistente en la ciudad. Era la Cartagena de la segunda mitad del siglo XX y en aquel año de 1976 se cumplía el 25 aniversario de la muerte de Luis Carlos López. Pero el lanzamiento de La Caterva no hacía parte de la conmemoración propiamente dicha, aunque su concepción estuvo precedida por el anhelo de rescatar la obra del emblemático poeta.

Esos jóvenes recién llegados, luego de estudios universitarios en Bogotá, se propusieron sacar a la luz un magazín que alcanzó un escaso número de impresiones, sin que tal circunstancia le quitara su trascendencia. Él, Francisco Pinaud Bustamante (Sícalo), Mario Mendoza Orozco, Francisco Angulo, Germán Bustamante, Erick Bozzi, María Sixta Bustamante, Eduardo Camacho P., Rafael Martínez, entre otros, fueron activos promotores de iniciativas que derivaron en eventos que familiarizaron a los ciudadanos con las expresiones populares autóctonas. Por eso lo admiré, y cuando retomamos el trato amistoso que se hizo cotidiano, asistí a su retorno a la escritura. Me emocionaron aquellos cuentos narrados con destreza literaria. Sus temas de Plátano en tentación podían inscribirse en el discurso literario universal, pero él decidió no ambicionarles, como hizo consigo, sino la ruta de la Calle Don Sancho y sus alrededores, por donde se asomaron también las Mujeres Descaradas de una fotografía que adquirió elementos artísticos admirables.

Llegué a pensar que era sabio. Tenía una formación de lector que lo hacía un conversador que transmitía conocimientos de un modo sencillo, sin ufanarse de su inteligencia. Era un tipo grande con un espíritu de joven que impedía que se le imaginara viviendo futuras etapas de pesadumbre otoñal, o si no que lo diga Alejo Salgado. Era de esos seres que no envejecen por dentro y que por fuera el efecto que producen es de perpetua juventud. En la primera hora del primer día de enero de 2017 murió. Era una fecha destinada a la felicidad en la que su último suspiro estuvo acompañado de las luces de artificio que seguramente escribieron su nombre en la piel del cielo

vergaraglenda@hotmail.com


 

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