Editorial


Qatar

“Es inconcebible que en la FIFA no haya habido pudor ni siquiera para hacerle seguimiento a las condiciones bajo las cuales laboraban los migrantes...”.

EMMANUEL VIDAL

20 de noviembre de 2022 12:00 AM

Hoy arranca el esperado Mundial de Fútbol en Qatar. Pocos eventos deportivos han iniciado su periplo con tan dispares sentimientos y percepciones entre hinchas del balompié, amantes de los deportes y ciudadanos en general.

Si fuera conveniente que a las competiciones deportivas se les metiera política o religión, muchas personas comprometidas con la defensa de los DD. HH. no asistirían a estos eventos, y la coherencia haría difícil verse los partidos. Pero, tal como lo ha señalado el presidente francés, Emmanuel Macron, “no hay que politizar el deporte”. Si al deporte se le politizara, o se buscara su adecuación a la corrección política, por ejemplo, no habrían nacido los juegos olímpicos en Grecia y no podrían realizarse en nuestros días.

Pero también anotó Macron que las dudas sobre los grandes eventos deportivos, sean sobre el clima o sobre derechos humanos, no hay que plantearlas “cuando el acontecimiento está ya aquí, sino cuando se atribuye”; esto es, cuando se discute dónde se hará, por qué sí o por qué no.

Y, aun cuando el líder galo sabe muy bien que el gobierno de Qatar es uno de los mejores aliados de su país en el Golfo y prominente adquirente de armas “fabriqué en France”, tiene razón en su afirmación en cuanto a que les compete a quienes tienen potestad de decidir dónde o no se debe realizar una justa deportiva de la envergadura de un mundial de fútbol, valorar las diferentes circunstancias que hacen aconsejable o no determinada escogencia en un país o lugar específicos.

Por supuesto, las pistas que ofrecen las coyunturas que rodearon el proceso de selección de Qatar como sede para 2022 no hacen sino desacreditar la honorabilidad de los integrantes de la FIFA que participaron en esa escogencia. Y si para aquel momento, en 2010, resultó altamente sospechosa esa decisión, los hechos acaecidos alrededor de la construcción de los estadios para el Mundial de Qatar y la posición de ese gobierno sobre temas sensibles como los derechos de las mujeres, el trato a los homosexuales o el respeto a las normas laborales que propugna la OIT, confirman que haberlo hecho fue un error.

Frente a todas esas realidades incontrastables que riñen con básicos conceptos de convivencia para el mundo occidental, esto es, para las naciones cuya fuente de concepción universal surgió del cristianismo, a lo que habría que agregarle la total ausencia de tradición futbolística, el despropósito de la escogencia de Qatar para esta copa mundial solo pareciera explicarlo un reguero de petrodólares.

Es inconcebible que en la FIFA no haya habido pudor ni siquiera para hacerle seguimiento a las condiciones bajo las cuales laboraban los migrantes que fueron contratados para la construcción de las sedes deportivas y otras edificaciones.

La lección queda aprendida. Si bien al deporte no le caben política o religión, honestidad y coherencia deberían serles propias.

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