Una hora de precipitación intensa fue suficiente para colapsar a casi toda Cartagena. Las imágenes de calles, plazas y demás sitios públicos y privados saturados de aguas lluvias volvieron a mostrar una ciudad frágil frente a un fenómeno natural para el cual no estamos preparados y que en cada invierno se repite, al punto que nadie se escandaliza, como si fuera normal.
Nos acostumbramos a todo, incluso al daño. ¿Cuánto le cuesta a cada cartagenero, a las empresas, a las instituciones y en general a la ciudad, la parálisis en la movilidad cuando cae un chaparrón como el que padecimos este lunes?
Salvo los ingeniosos emprendedores que salvan el día con su creatividad, prestando el servicio de carretillas o estacados para cruzar a los transeúntes entre los canales en que se convierten las calles desde el Centro amurallado hasta la periferia, o desde los barrios estrato seis hacia los ubicados en zonas industriales, el traumatismo es generalizado.
Pero esto no es normal; por el contrario, es grave. Grave que se inunde la ciudad con aguaceros de una hora, si pensamos en lo que pudiera pasar si una precipitación de esa talla se prolongara por más tiempo, en combinación con una crecida extraordinaria del nivel del mar como las que sufrimos el año pasado. Las pérdidas, que nunca se calcularon por esa tendencia nuestra a no llevar estadísticas de los fenómenos que se suceden, debieron ser millonarias.
Apenas pensamos en cuánto va a costar resolver el problema de la falta de drenajes pluviales, pasamos la página para no enfrentar la cruda realidad de que debemos desembolsar una cifra que ronda los dos billones de pesos que se necesitan para la construcción de 159 canales que contempla la ejecución del Plan Maestro a cargo de Valorización Distrital, con componentes como sistemas de tuberías, colectores, acequias y estructuras hidráulicas interconectadas, que permitirían evacuar o eliminar las aguas lluvias, con la introducción de sistemas de bombeo de las aguas residuales en aquellos barrios que claramente están o por debajo o al nivel del mar, en los que ya no juega la conducción por gravedad. Como hay que enfrentar y resolver el problema antes de que nos lamentemos frente a situaciones previsibles pero que no queremos ni imaginar, debemos poner sobre la mesa las alternativas reales que están disponibles.
Por la magnitud de las inversiones, debemos acudir a las fuentes más concretas como las expresadas por el director de Valorización. Pensar en que la mitad de la sobretasa ambiental que giramos anualmente a Cardique pudiera destinarse al Plan Maestro de Drenajes Pluviales, y dejar la otra mitad al proyecto del canal del Dique en el que ya la ciudad se comprometió. Sumarle valorización para los barrios con capacidad de pago, más recursos del crédito en vista de la actual capacidad de endeudamiento del Distrito, pueden arrojar una cifra cercana al billón de pesos; más los aportes que por cada peso que pongamos asigne el Gobierno nacional pudiera ser un camino para el logro de este ambicioso, pero necesario megaproyecto. El debate está abierto. La ciudad tiene la palabra.
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