De los reportes periodísticos con los que arrancamos el año, pareciera que los principales problemas del país son el hambre, la violencia, la inflación y el desempleo.
El primero de estos (hambre) requiere de profundos y variados programas estatales nacionales, regionales y locales. El Gobierno se comprometió a priorizar este problema, y parece que ha decidido comenzar con los niños que lo padecen en comunidades indígenas. Hacer, por ejemplo, algo similar a lo que inició el presidente de Brasil, quien a los pocos días de comenzar su reciente mandato se volcó con buena parte de su gabinete a las comunidades indígenas yanomami, para evacuar a decenas de niños desnutridos, en una operación impresionante en la que brilló la poderosa determinación de un gobierno eficaz.
En cuanto a la violencia, también podría el Gobierno replicar al que lidera Lula, quien, por ejemplo, prepara un despliegue militar para echar a las mafias de la minería ilegal, que además de destruir impunemente las selvas y ríos del Amazonas, propinan violencia en las comunidades que se les oponen. Acá, hasta ahora, en subregiones como Montes de María, lo que hay es una sensación de anomia del Estado que, por enésima vez, parece haber elegido como estrategia abandonar a su suerte a los ciudadanos, para que decidan cómo enfrentar a los violentos.
Por los lados de la inflación, los esfuerzos del Banco de la República por doblegarla le ha llevado a una subida radical de los intereses, que no solo no ha logrado reducir la escalada de precios, sino que ha encarecido inusitadamente el crédito justo cuando el Gobierno no da luces sobre el desarrollo de una política de promoción de vivienda, para estimular la economía que tenga en cuenta ese sensible factor, más la carestía de insumos que padece el vital sector de la construcción, el incremento en costos laborales y el letargo en la asignación de nuevos subsidios de vivienda de interés social.
En cuanto al desempleo en 2022, más bajo que en 2021, sigue siendo preocupante si consideramos la precariedad laboral por la imparable informalidad. Frente a este fenómeno económico y social, la fórmula ganadora siempre será, desde el Estado, forjar las bases para la creación de más y mejores puestos de trabajo.
Como ya se sabe que este año padeceremos de desaceleración en la economía mundial, habrá que centrar los esfuerzos en preservar los empleos y, en lo posible, acrecentarlos. En tal sentido, la reforma laboral deberá jugar un papel importante, para lo cual se espera de quienes tienen la responsabilidad de prepararla, recordar que no todo el mundo laboral es el que conforman quienes cuentan con un empleo formal. Incluir en los análisis a los trabajadores independientes, a los desempleados y a la economía popular, se impone.
En suma, un panorama tan complejo solo se puede sortear con éxito si se transita con armonía social.
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