Editorial


El interior descubrió que el agua moja

La edición de ayer de El Universal de Sincelejo y Montería abría con el siguiente titular: “Afectadas 30 mil hectáreas” (en Córdoba). En el primer párrafo, la periodista Nidia Serrano M. explicaba que dicha tierra estaba sembrada en algodón, plátano y maíz, y que además, había dos focos de “rabia silvestre” en el ganado cordobés.
Todo lo anterior se le debe a las lluvias excesivas de dos años seguidos y a sus inundaciones, quedando explicado a plenitud el dicho “llover sobre lo mojado”. La humedad propició la aparición del picudo del algodón, un insecto devastador, además de hongos destructores en los demás cultivos y de la Sigatoka negra en el plátano.
Pero esta crisis, que es grave, no es nada cuando se la compara con lo que le sucede a La Mojana desde hace décadas, y peor aún, desde el invierno pasado: siguen inundadas miles de hectáreas y siguen abiertos los mismos tres chorros que la llenan. La tragedia afecta muchísimo a los grandes productores y arruina a muchos, pero pocos pasan el hambre rutinaria de los campesinos de estos parajes.
Y si la mayoría de las carreteras primarias del Caribe Colombiano dejan mucho que desear, las terciarias, por las que pasan algunos finqueros y la mayoría de los campesinos, son un desastre. Los dos inviernos bravos seguidos, por supuesto, han empeorado unas y otras hasta límites inimaginables, pero antes también eran terribles, aunque no “cogían” prensa nacional.
Para el centro del país, privilegiado por un sistema de transferencias que premia a los departamentos ricos y castiga a los más pobres, como lo han demostrado Adolfo Meisel y otros hasta la saciedad, la pobreza de la Costa Caribe era y es vista como un “cuarto mundo”, casi inevitable dentro del tercer mundo de Colombia, con una mirada central, determinista e indiferente.
Ahora que el cambio climático llevó a Bogotá y al interior lo mismo que sufren muchas regiones de la Costa Caribe y de la Pacífica todos los años, descubrieron la tragedia de las inundaciones, la ruina y la pobreza que traen para todos, y por supuesto, para los pequeños campesinos, que allá también llevan la peor parte.
A la Universidad de la Sabana, por ejemplo, le ha pasado la tragedia que sufren los barrios de Cartagena y los pueblos del Canal del Dique en casi todos los inviernos: quedó bajo el agua el año pasado y podría sucederle lo mismo este año. Y las carreteras primarias del altiplano también están destrozadas, pareciéndose por primera vez a lo que casi siempre han sido las de la Costa Caribe. La Sabana de Bogotá se asemeja a La Mojana.
No hay que regocijarse por lo que le pasa a los departamentos ricos de Colombia, ni a su capital, pero reconforta que al menos podrán ponerse en el pellejo de buena parte del país no central y abandonado, incluidas partes de los Llanos orientales y del sur.
Ojalá que ahora no resulten agotados los recursos nacionales reparando los daños del altiplano a costa del resto del país.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS