Editorial


El mar no perdona abusos

Las playas de cualquier parte son asociadas con vacaciones y buenos ratos, y con frecuencia, quienes las disfrutan viajan desde lejos para usarlas como complemento del resto de los atractivos de un sitio costero como es Cartagena. Aquí, las playas urbanas no corresponden al ideal del Caribe de las arenas blancas y las aguas cristalinas, aunque en Barú, las islas del Rosario y de San Bernardo sí se den esas condiciones.

Nuestras playas son grises por la influencia de centurias del río Magdalena lanzando su sedimentación al mar, dándose el caso contrario que la bahía de Cartagena sea, o haya sido, coralina, y que el Bajo del Medio, donde está la estatua de la Virgen, sea de arenas blanquísimas, aunque las aguas usualmente turbias del canal del Dique y la que entra del Magdalena por la Escollera no las dejen apreciar bien.

Pero nuestras playas externas no solo son influidas en su color y en la turbidez del agua por el río Magdalena, sino que la corriente fuerte de norte a sur tiene varios efectos sobre nuestras costas. Es, por ejemplo,  la causa principal de que nuestros espolones se colmaten mayormente del lado norte y no del sur, y también es la causa de grandes peligros para los bañistas y de dolores de cabeza para el Cuerpo de Bomberos y sus salvavidas que deben cuidarlos, y para las autoridades que deben apoyarlos con frecuencia ante la renuencia de algunos turistas de seguir sus instrucciones.

Es el caso específico de las playas de Crespo, las que por consecuencia de los trabajos de defensa costera hechos allí (espolones y malecón marginal) tienen caídas abruptas que no serían peligrosas para un nadador razonablemente bueno si no hubiese la corriente antes mencionada, también conocida como la ‘deriva litoral’, que transporta las arenas que llenan a los espolones.

Los espolones más viejos son los más peligrosos, ya que son porosos y la corriente encontró caminos a través de ellos, como ocurre frente a La Tenaza (mal llamada ‘Las Tenazas’ a veces), y puede arrastrar a los bañistas incautos contra las rocas y ahogarlos allí, como ha ocurrido con frecuencia.

¿Qué hacer para que los usuarios obedezcan no solo los avisos prohibiendo entrar a las playas vedadas, sino que les hagan caso a las autoridades que tratan de cuidarlos?

No queda nada distinto a no bajar la guardia y a incrementar la vigilancia, especialmente en esta época de brisa y de corrientes fuertes, cuando los errores pequeños pueden tener consecuencias fatales. Al mar no solo hay que respetarlo, sino temerle, porque no perdona abusos.

 

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