Editorial


¿Fiestas o vandalismo?

Es cierto que las organizaciones de los barrios han hecho esfuerzos enormes por validar sus eventos de celebración independentista con sus comunidades, y al nacer de ellas y en ellas, se legitiman tanto que la gente las protege en todo sentido, desde apersonarse de su éxito hasta tratar de impedir que personas ajenas al barrio lleguen a sabotearlas de distintas maneras.

También es cierto que unos festejos de tradición independentista tienen que tener necesariamente algo del espíritu transgresor que originó la independencia, y no todo puede ser mojigatería, sino que hay mucho cupo para el sentido del humor y hasta para algunos tonos subidos que se manifiestan de distintas maneras, desde las comparsas con mujeres cada vez más ligeras de ropa y mostrando sus cuerpos más que nunca, hasta los disfraces atrevidos y caricaturescos que remedan a distintos personajes. Hasta ahí todo bien.

Lo que no se entiende es por qué algunas personas creen que es divertido transgredir la decencia en el trato humano y aprovechar situaciones de desventaja, con un inocultable elemento de chantaje: o me das dinero, o te lanzo tintura, orines, barro, o te tizno, o sencillamente te hago daño físico. De este elemento festivo de los tiznados que otrora amenazaban jocosamente para recibir algún dinero, pero sin hacer daño finalmente, pasamos a las cabuyas atravesadas en los caminos y calles con distintos tintes de agresividad, recurriendo con frecuencia a la violencia física contra personas, motos y autos.

Después del peaje de Marahuaco hacia el norte había cuadrillas de extorsionistas profesionales atravesándose en la vía, pateando autos, acostándose debajo de los que se detenían para impedir que huyeran, en fin, nada tienen de festivos estos abusos que fácilmente pueden terminar en tragedia para cualquiera de las partes, y de seguir impunes, se volverán más agresivos y atrevidos cada año que pase.

¿Y por qué alguien puede creer que tirarle buscapiés a la gente puede ser agradable, festivo y fraternal? ¿Y por qué año tras año hay buscapiés? ¿Son tan ineficientes las entidades del Estado que no saben quién los produce y distribuye, pero cualquiera sí puede averiguar dónde comprarlos? Es obvio que aquí hay una cadena que oscila entre la omisión y la corrupción, que finalmente permite el vandalismo de la pólvora en multitudes cerradas y en todos los barrios, especialmente en los de estratos altos donde algunos ‘hijos de papi’ arman el desorden con el apoyo parental.

No hay duda de que cada año trabajan más duro las distintas organizaciones comunales y también las autoridades culturales del Distrito para que más gente participe en los eventos barriales y en los grandes de la ciudad, pero aun así, siguen grupos marginales de vándalos con el poder para hacer daño sin consecuencias legales.

¿Qué más se necesitará para que toda la gente respete las reglas básicas de la convivencia en las Fiestas? 

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