La Amazonía sigue en el ojo del mundo no solo con ocasión de los voraces incendios que alertaron a la comunidad de naciones, sino también porque en este momento se desarrolla el Sínodo que lleva su nombre, convocado por el papa Francisco.
En la selva amazónica caben más de 10 países de Europa. Muchos de sus espacios aún permanecen inexplorados, con lo cual no es posible contar con información completa sobre la situación de los indígenas ni las dimensiones de la explotación irregular a la que está sometida. Tampoco cuál es la situación geopolítica con la que se relaciona, pues mientras Europa mantiene que es un patrimonio universal, el presidente Bolsonaro declara que toda la enorme porción de la Amazonía dentro sus fronteras, solo pertenece a Brasil.
Si ya una de cada diez especies del planeta habita en el Amazonas, sus pobladores se entremezclan en un crisol de etnias que enriquecen exponencialmente la cultura que allí se suscita. Por su parte, los indígenas, que suman una población aproximada de 306.000, representan algo más del 1% de la población total de ese enorme hábitat, y de entre los indígenas aún hay algo más de 100 tribus que no tienen contacto con el mundo exterior.
El ultraconservador Bolsonaro sostiene que los indígenas deben insertarse en la sociedad brasileña, para lo cual promueve el acceso de esas poblaciones a Internet, a la educación occidental y a la salud del sistema social brasilero.
Es en ese escenario en el que se está desarrollando el Sínodo por la Amazonía, explicado en el instrumentum laboris con el cual se preparó el encuentro de los obispos que procurará abrir nuevos caminos para la Iglesia Católica en el principal pulmón del mundo.
Pero ya comienza a generar inquietud no solo en el gobierno de Bolsonaro, pues el instrumentum laboris propone justamente lo contrario, esto es, que los indígenas no abandonen sus costumbres ancestrales ni sus territorios, lo cual supone que sea la Iglesia la que adapte su predicación a la comprensión de esos pueblos, lo que se enmarca en la orden del papa Francisco en cuanto a que la iglesia tiene que adoptar una posición de salida, de vuelta a las periferias. Otra posición polémica está al interior de la misma Iglesia, pues una de las propuestas es que se facilite el acceso a esos territorios mediante la designación de hombres casados que se ordenen como sacerdotes, mirada que para no pocas organizaciones católicas resulta curiosa si se tiene en cuenta que el déficit de presbíteros no está precisamente en el nuevo mundo sino en las Europas, donde abundan los templos sin curas que los atiendan. En tal sentido, pareciera que tiene más lógica que comiencen con esa alternativa en el viejo continente, que es donde más pastores se necesitan.
Todo esto se da en el marco de una profunda crisis dogmática, atizada por la eventual declaración de independencia de la poderosa curia alemana, que podría concluir con un sisma de proporciones mayores a las que se vivió en el siglo XVI.
Pocos sínodos han producido tanta expectación como el que está en curso, y los efectos de sus conclusiones son aún impredecibles.
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