Editorial


La lucha de la mujer afrocartagenera

Con los años, es cada vez más evidente, y hasta lamentable, cómo los vendedores se apoderaron del “Día de la mujer”, hasta que en casi todos sus anuncios usan la palabra “celebración” para invitar al convite y al desenfreno mercantil, que nada tiene que ver con el origen y sentido de esa fecha.

Pero, por encima de todo ese maremágnum de publicidades fuera de foco, conviene recordar que lo que originó la asignación del día que nos ocupa fue un episodio sangriento y las que podrían considerarse las primeras luchas públicas de las mujeres por edificar un mundo más justo y coherente para ellas, lo que redundaría en un bienestar para todos.

Por ese trascendental hecho es políticamente correcto que la palabra “celebración” sea desplazada por los términos “conmemoración” y “reflexión”, que evidentemente aún no alcanzan a ser comprendidos (por lo menos en Cartagena) por algunas mujeres víctimas del engranaje comercial, que sabe muy bien cómo manipularles la vanidad para el acto de compra.

Que el mes de la mujer sea la oportunidad propicia para cavilar sobre la situación de la fémina afrocartagenera, cuya presencia en los altos cargos de las esferas pública y privada es dramáticamente escasa, como muy bien lo plantea la historiadora cartagenera Estela Simancas Mendoza, para quien la visión del negro subalterno todavía pesa en el imaginario racista de Cartagena.

Según las investigaciones de Simancas Mendoza, pese a algunos avances en educación y profesionalización, las afrocartageneras siguen siendo víctimas de doble discriminación, pues deben enfrentar el machismo, por un lado; y el racismo por el otro.

A lo anterior cabe agregar los fenómenos de erotización, exotización y etnización que reducen a la afrocartagenera a un ornamento del paisaje caribeño, con el turismo sexual a bordo, muchas veces patrocinado por algunas familias afrodescendientes, quienes aspiran a que sus hijas se dejen “conquistar” por extranjeros, para hacerle el esguince a la exclusión y a la falta de mejores oportunidades de progresar.

De otro lado, una significativa cantidad de afrocartageneras ha coronado, con sobrados méritos, todas las instancias de la educación superior, pero su verdadera lucha comienza al aspirar a cargos directivos (en lo privado o lo público), dado que el común denominador son los obstáculos y la preferencia por las profesionales blancas, aunque ambas compartan conocimientos y experiencias.

Para Simancas son loables todos los avances alcanzados por las organizaciones afrodescendientes de Cartagena y Bolívar, pero para la historiadora se dejó de lado la discusión afro con enfoque de género, por lo cual las afrocartageneras están casi solas en sus aspiraciones por demostrar que pueden conquistar algo más que engrosar las filas de la economía informal y de la formación técnica y tecnológica.

Queda claro, entonces, que hay demasiada tela que cortar como para debatirlo durante estas fechas, puesto que el machismo y la discriminación afectan a todas las mujeres, independientemente de su etnia, formación o condición.

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