Editorial


La reprensión del embajador

“No era necesario entonces llegar hasta el extremo del tuit del embajador Goldberg, porque entre los altos dirigentes políticos la sensatez (...)”.

Pocos embajadores de Estados Unidos en Colombia han gestionado su misión con una prudencia remarcable como Philip S. Goldberg. La moderación y el cuidado en sus intervenciones han provocado a su alrededor el reconocimiento tanto de las distintas delegaciones de naciones con presencia en el país, como de las clases política, empresarial, comunitarias y académicas locales.

El que ayer haya tenido que llamar la atención a nuestros políticos, a través de un trino desde la cuenta oficial de la Embajada, sobre el potencial daño que la actuación desbocada de varios de estos desde la derecha y la izquierda partidistas nacional pueden causar a las relaciones de ambos países, significa que las quejas de la intromisión indebida de integrantes del Centro Democrático y de Gustavo Petro en el debate presidencial estadounidense, cuyas elecciones se celebrarán el próximo 3 de noviembre, no eran simples reacciones exageradas de los voceros de ambas campañas.

En efecto, en su tuit cordial, pero contundente, el embajador Goldberg dice: “El éxito de relaciones entre EE. UU. y Colombia a lo largo de muchos años ha sido basado en apoyo bipartidista. Insto a todos los políticos colombianos evitar involucrarse en las elecciones estadounidenses”.

Su texto es tan claro que no hay que desentrañarlo con el pretexto de encontrar su espíritu. Sencillamente, no toca la sensibilidad de ningún político en particular, pues el mensaje es general y abierto, pero toca un punto irrefutable: distintos gobiernos, incluidos los dos periodos de Álvaro Uribe Vélez, han tenido el cuidado de sustentar las relaciones con EE. UU. en una diplomacia que tramitó todo cabildeo por igual ante demócratas y republicanos. Esa visión estratégica permitió que prácticamente no hubiera antagonismos en los planes de cooperación bilateral desde el Congreso de aquel país.

Pero, sin que hubiese acuerdo expreso alguno, tácitamente los partidos y movimientos políticos colombianos mantuvieron una posición similar al de la diplomacia de los sucesivos gobiernos. Incluso, no había razones para esperar que bajo el mandato del presidente Duque se diera un cambio en esa línea habida cuenta de la experiencia adquirida por este durante sus largos años de residencia y trabajo en aquel país del norte.

Pero, como suele pasar a las mentes extremadamente ideologizadas, la estrechez de miras les llevó a cruzar esa sutil línea para darle paso a las pasiones partidistas, con desprecio de las consecuencias en el manejo de las relaciones con el socio más estratégico del país en Occidente. De nada sirvieron las advertencias de senadores demócratas pidiendo que cesaran esas impertinentes intervenciones contra su candidato Joe Biden, ni el uso que activistas republicanos han hecho de los apoyos de la extrema izquierda colombiana para favorecer la reelección del presidente Trump.

No era necesario entonces llegar hasta el extremo del tuit del embajador Goldberg, porque entre los altos dirigentes políticos la sensatez no es una virtud, sino una condición.

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