Editorial


Nelson Mandela

EDITORIAL

07 de diciembre de 2013 12:02 AM

Los líderes del mundo coincidieron ayer, al expresar su duelo por la desaparición de Nelson Mandela, en que su mayor herencia fue el compromiso constante para promover la dignidad humana.

El arzobispo Desmond Tutu lo resumió en una frase contundente: “Madiba nos ha enseñado cómo vivir juntos y creer en nosotros mismos y en cada uno”.

Durante más de 50 años de lucha contra el racismo y en defensa de la igualdad, Nelson Mandela transformó mucho más que a su país, Suráfrica: él cambió al mundo y fue un héroe de la humanidad.

Su inmensa capacidad de perdón, su humilde nobleza y su tesón inspiraron a muchos dirigentes mundiales con su ejemplo de justicia y equidad.

Por eso, miles de personalidades y celebridades de todo el mundo lamentaron su muerte y no se cansaron de resaltar el legado que dejó a las presentes y futuras generaciones.

Mandela pasó a la historia por haber negociado con el gobierno del apartheid una transición pacífica hacia la democracia multiétnica en Suráfica, lo cual evitó la guerra civil que parecía inevitable a principio de los años 90.

Encarcelado y condenado a cadena perpetua, permaneció 27 años en la cárcel, hasta cuando la presión mundial logró su liberación en 1990.

En una muestra irrebatible de grandeza, en lugar de impulsar la venganza contra sus carceleros y propiciar la violencia irracional, tendió sus brazos y bajo los colores del Congreso Nacional Africano (ANC), fue elegido el primer presidente de consenso de esa nueva nación que empezó a surgir, entre 1994 y 1999.

Como jefe de Estado, almorzó con el fiscal que lo encarceló y viajó cientos de kilómetros para tomar el té con la viuda del primer ministro que estaba en el poder cuando él fue enviado a prisión.

Finalizado su período, perfectamente hubiera logrado su reelección, pero prefirió hacerse un lado, tras asegurarse de que las transformaciones por él puestas en marcha siguieran su curso irrefrenable, y entonces se dedicó a otras causas universales, como la protección de la niñez y la lucha contra el Sida.

Así como el emperador Adriano, en la epopeya de Margarita Yourcenar, entró a la eternidad con los ojos abiertos, Mandela entró ayer a la eternidad “con una sonrisa”, como lo dijo hace muchos años, lleno de felicidad, al ver a su país crecer en paz tras décadas de segregación racial.

Es la misma sonrisa cálida y sincera que el mundo entero le conoció y lo fue convirtiendo en un héroe mítico, respetado e intocable.

Aparte del legado valioso de su obra, su pensamiento y sus palabras, Mandela deja un aura de grandeza y de sencillez, simultáneamente, junto con las imágenes de un paso de baile alegre, muchas camisas de colores y la sonrisa que desarma y que conquista.

“Hemos perdido, como dijo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, al ser humano más influyente, valiente y profundamente bueno”.

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