Si el deporte y, en singular, las olimpiadas, tienen un altísimo significado en la unión de todos los pueblos, que cada cuatro años envían a sus ilusionados representantes para competir sanamente y exaltar el sacrificio, la disciplina y la enjundia de los mejores, lo que ocurrió con la vergonzosa victoria que le regalaron al japonés Ryomei Tanaka sobre Yuberjén Martínez, desdice descaradamente de esos loables objetivos.
El deporte tiene la ventaja de ofrecerles a sus seguidores, que se cuentan por millones en todas las esquinas del orbe, momentos de alegría, de pasiones, frustraciones y demás sentimientos que los apáticos a esas prácticas secretamente envidian, pues son muchos los que no encuentran allí sus focos de interés, pero admiran cómo vibran los que sí viven con profundo sentido esa expresión particular de las emociones humanas.
Tal vez, una de las razones por la que tantas personas no ven en las competiciones del deporte una actividad de atención, sea precisamente por la poca fe que le tienen a la transparencia en su manejo o en la confianza de la justeza en los resultados, sobre todo de aquellos en los que concurren árbitros para dirimir quiénes serán los triunfadores.
Los constantes escándalos por juegos o partidos arreglados, peleas con triunfos previamente concertados, la compra de árbitros o la corrupción develada en federaciones y confederaciones tanto nacionales como internacionales, suman para el desprestigio de lo que debería ser un oasis en el trasegar de los días de tantos seguidores y, sobre todo, de sus verdaderos protagonistas.
Pero que lo impensable pase en los Juegos Olímpicos, que siempre se perciben como un paréntesis en el que ese tipo de conductas espurias están extirpadas, sí que resulta grave en extremo, pues siempre se parte de la base de que en sus podios esos encuentros universales están libres de los negociadores de componendas y trapisondas.
La sensación que quedó en el ambiente tras el veredicto no solo fue la de decepción o frustración; también se percibe como una afrenta al espíritu olímpico pues casos aberrantes como este, que riñen contra toda lógica deportiva, desmitifican el halo de gloria que acompaña a las olimpiadas y rebajan la calidad del valor de las medallas que se ofrecen a los competidores.
Por eso, lo ocurrido con Yuberjén Martínez este lunes es inadmisible y no puede pasar como otro incidente de mala fortuna contra los deportistas y los equipos colombianos, tan castigados con malos arbitrajes que, si se suman, no parecerían responder a meras casualidades.
No solo la Federación Colombiana de Boxeo tiene el deber moral de animar una contundente reclamación contra los organizadores de esas justas; es necesario que también el Comité Olímpico Colombiano libre la acción jurídica que corresponda, hasta las últimas consecuencias, contra lo que acaeció a nuestro representante en Japón.
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