Editorial


Principios o intereses

“Pero la beligerancia de los hongkoneses seguramente no será tolerada por Pekín, que ha permitido un amplio margen de libertad a aquellos, a cambio de...”.

EL UNIVERSAL

22 de agosto de 2019 12:00 AM

Las masivas protestas en Hong Kong, que ya suman 12 semanas de ininterrumpida rebeldía ciudadana, tienen en entredicho al intransigente gobierno chino y al borde de padecer los efectos impredecibles de una probable intervención militar en aquella isla.

La moderna Hong Kong, otrora colonia del imperio británico, que se ha mantenido libre y cosmopolita aun cuando hace parte de una nación comunista, comienza a mostrar signos de inmanejable rebelión frente al férreo control del partido único, que se comprometió en 1984, tras el acuerdo firmado entre Zhao Ziyang y Margaret Thatcher, a continuar el estatus de mercado libre bajo la famosa fórmula de “un país, dos sistemas”.

A pesar de que sólo hasta 2047 estará la isla obligada a asumir por completo el modelo chino, lo cierto es que los acontecimientos están forzando a un desenlace que pudiera precipitar las cosas.

Aun cuando en los primeros lustros desde que la reina Isabel II hizo entrega del control de la isla a los chinos no ha sido fácil para el Partido Comunista chino manejar estos dos sistemas, con el tiempo esas dificultades se fueron difuminando debido a que, finalmente, China supo abrazar bondades del capitalismo al punto de que hoy cuentan con varias ciudades tan o más desarrolladas y cosmopolitas que Hong Kong.

Por eso, en occidente nos cuesta trabajo entender por qué se mantiene viva la llama de la “revolución de los paraguas” que actualmente se sucede en la famosa isla, a pesar de que la ley de extradición que inició el grave malestar, fue retirada por la presidenta.

Pero la beligerancia de los hongkoneses seguramente no será tolerada por Pekín, que ha permitido un amplio margen de libertad a aquellos, a cambio de compartir el conocimiento de cómo prosperar en los mercados capitalistas, aprendizaje en el cual los chinos continentales han resultado muy avezados.

Y es en este punto donde comienza el dilema para las naciones occidentales de corte liberal, en las que valores como los de libertad de expresión, de cultos o de conciencia, o el pluralismo político o la separación de poderes son pilares existenciales, no tienen ningún significado para el partido comunista chino.

Parecería una contradicción que los jefes de Estado de occidente se paseen por suelo chino en busca de oportunidades de negocios e intercambios comerciales, cuando en la segunda potencia mundial subsisten campos de concentración, como en los que están confinados miles de uigures, tal como lo mostró un reciente informe del canal alemán DW.

No deja de llamar la atención cómo todos los principios democráticos que se defienden por estos lares, y que no son comprendidos en aquel mundo oriental, no se tienen en cuenta a la hora de escoger con quién se promueven los acuerdos de negocios internacionales, que llaman a buscar socios comerciales con los cuales no hay identidad política alguna.

Es en estos casos en donde más queda claro que, en materia de relaciones internacionales, priman los intereses por encima de los principios. Y qué difícil es entender y aceptar esta contradictoria realidad de la política global.

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