Editorial


Relaciones maltrechas

“Hay que rezar porque prime la sensatez y no se desate una conflagración en el Mar Meridional. Además, hay que rogar porque nuestro Gobierno no se vea ante la disyuntiva de escoger por cuál de esas dos líneas inscribiría al país”.

EL UNIVERSAL

14 de marzo de 2023 12:00 AM

Hay razones para inquietarse con el giro que están tomando las relaciones entre China y Estados Unidos. Si ya venían deterioradas desde el mandato de Donald Trump por razones sustancialmente comerciales, las heridas que las tiñen se han profundizado en lo que va del periodo de Joe Biden, ahora también por motivaciones geopolíticas.

El presidente chino, Xi Jinping, ha sido investido por la Asamblea Popular Nacional para un tercer mandato de cinco años. Rompió, con ello, la tradición constitucional de entregar el poder al cabo de dos periodos consecutivos.

Bajo ese entorno de máximo poder, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, pocos días antes se había estrenado señalado que el conflicto y la confrontación con EE. UU. son inevitables a menos que Washington cambie de rumbo.

De esa intervención también quedó claro el compromiso y respaldo de China al presidente de Rusia, Vladimir Putin, lo que le agrega aún más incertidumbre al camino que en las próximas semanas habrán de recorren las embajadas de las dos superpotencias, lo que nos retorna a una bipolaridad que se pensaba superada tras los esfuerzos hechos por los presidentes Obama y Trump, que compartieron periodo con el presidente Xi Jimping, el primero (Obama) por su declarado pacifismo, y el segundo (Trump) por el desprecio a los organismos de defensa tradicionalmente liderados por EE. UU., como la OTAN, bajo la política de ‘American First’, que replegó la omnipresencia de su país a nivel global.

De hecho, la ‘pax romana’ que se ha vivido en los últimos decenios, rota por Rusia con su invasión a Ucrania, puede terminar de resquebrajarse tras las acusaciones de Pekín en cuanto a que Washington quiere crear una “versión Asia-Pacífico de la OTAN”. Por eso, la advertencia del ministro Qin Gang, en cuanto a la posición China sobre Taiwán, que la consideran “la piedra angular de los cimientos políticos de las relaciones chino-estadounidenses y la primera línea roja que no debe cruzarse”, pudiera mostrar ese límite que, sea quien fuere el que lo cruce, pudiera desatar la guerra que ningún ciudadano cuerdo del mundo aplaudiría.

Por lo pronto, EE. UU. tiene a su haber, de cara a lo que ocurra en el Mar Meridional, el carácter democrático de sus aliados (Japón, Corea del Sur, India, Australia y Filipinas); a diferencia de los de China (encabezados por Rusia, Corea del Norte e Irán).

Con razón, el embajador de EE. UU. en Japón, en entrevista con CNN afirmó que los países democráticos se inclinarían por el apoyo a su país, a Japón o a Corea del Sur, “por una sencilla razón que China no comprende: la atracción gravitacional de la libertad”.

Hay que rezar porque prime la sensatez y no se desate una conflagración en el Mar Meridional. Además, hay que rogar porque nuestro Gobierno no se vea ante la disyuntiva de escoger por cuál de esas dos líneas inscribiría al país.

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