Era inevitable que llegáramos a la tercera ola. De esta no se salvaron en nuestro hemisferio ni los países con pueblos probadamente disciplinados. Y si por aquellos lares no resultaba fácil que los suyos permanecieran en aislamiento voluntario el tiempo necesario para la disminución radical de la propagación del virus, la realidad propia aseguraba que tendríamos nuestro tercer pico. ¡Pero nada hacía prever que fuera tan largo!
En nuestra ciudad, ante la baja propagación del virus, la disponibilidad de camas UCI, la agudización de la crisis económica, la generalizada insolvencia de empresas y el desempleo, las medidas adoptadas por la administración en esta ocasión dejaron de ser draconianas, lo cual contribuyó a la recuperación del dinamismo empresarial y algo de sanidad mental entre nuestros infantes y jóvenes. ¡Pero en la ecuación no estaba el paro nacional!
Por diversas razones, justificadas en su mayoría, un importante grupo de ciudadanos, conformados por políticos, líderes sindicales, comunitarios y de jóvenes, consideró, a nivel nacional, que había problemas más importantes que el coronavirus, y que por esas causas valía la pena exponer la salud en las calles. Ello, por supuesto, ha prolongado el tercer pico más allá de lo calculado.
Lo cierto es que en la pandemia seguimos, y a pesar de los momentos críticos para la salud y vida de los ciudadanos, con un sistema sanitario en riesgo latente de colapso, y aún contra de las recomendaciones dadas por la Comunidad Científica, Académica, Gremial y otras organizaciones del Sector Salud a través de la Declaración Pública del pasado 7 de junio, la evidente decisión colectiva y gubernamental es casi unánime en que hay que seguir el curso de nuestras historias sin nuevos cierres.
La suerte parece echada por un sentimiento general de aceptación en cuanto a que, pasado más de un año de cierres y aperturas, muertes, enfermedades graves y habituales no tratadas por temor a los contagios en hospitales, o por no disponibilidad de camas, ya cada quién debe responder por su salud, con tal de que no se vuelvan a paralizar las actividades rutinarias, singularmente las económicas.
Aunque esto atenta contra toda evidencia científica, pues en otros países no dudan en decretar cierres parciales por barrios o sectores mercantiles que se requieran en cada ciudad, para controlar la expansión del virus, parece que hubiese habido una aceptación de que si no hubo control a las covifiestas de vacaciones o a las marchas, pues no caben más controles generales.
Si esta apreciación no es errónea, prudente es recordar que siguen siendo indispensables, y ahora con mayor razón, el autocuidado con responsabilidad social, tanto de manera individual como colectiva, con las medidas que ya conocemos.
Es inquietante concluir que estamos en el tiempo del “sálvese quien quiera”.
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