Editorial


Se fueron 10 años en competitividad

Por allá por los tiempos del presidente César Gaviria se divulgó un estudio de Monitor sobre la competitividad de Cartagena, en el que se decía que la ciudad estaba muy mal en esta materia y debían emprenderse acciones inmediatas para ponernos a tono con la cambiante realidad mundial de la globalización.

Desde entonces se viene hablando del término que llegó a convertirse en parte de la jerga diaria, sobre todo con la negociación y firma de varios tratados de libre comercio, en virtud de los cuales la Región Caribe sería el emporio del comercio exterior colombiano, y gracias a nuestra privilegiada ubicación, la región se llenaría de fábricas de productos de exportación venidas del interior y del exterior.

Pero eso no sucedió,  excepto algunos casos aislados, principalmente porque la ciudad no ha tenido conciencia de lo que significa crear un escenario amable para los industriales exportadores de otras regiones de Colombia, que no podían motivarse a mover sus industrias hacia acá, porque los costos en impuestos y trámites superaban las ventajas del ahorro en el transporte de carga por carretera, que era y es bastante costoso.

Es triste que desde hace 10 años se viene pregonando que el futuro de las exportaciones de Colombia está “al lado del agua”, y la masiva mudanza industrial prevista, conocida con el nombre de relocalización, no se ha visto.
Lo cierto es que Cartagena no jugó bien sus cartas, y como consecuencia, no se produjo el “milagro” de la relocalización industrial hacia nuestra ciudad.

Es cierto que se dieron pasos importantes para atraer a los exportadores criollos, como la ventanilla única, la reducción de los gravámenes distritales, la posibilidad de tener una oferta de agua suficiente y la disponibilidad de estructuras  modernas de comunicaciones por fibra óptica, pero hay que dar otros igual de importantes, como una óptima infraestructura eléctrica y una movilización urbana adecuada.

Sobre todo, nos hace falta algo importantísimo, casi imprescindible para atraer la llegada masiva de industrias: un espíritu colectivo de comprometernos como verdaderos anfitriones, facilitándoles las cosas a los inversionistas al máximo, y no entorpeciéndolas, intentando sacarles el jugo en provecho personal.

Los empresarios del país y del exterior deben sentir que Cartagena y sus autoridades no sólo los necesitan aquí, sino que quieren tenerlos, porque consideran su presencia un privilegio.

El tiempo corre demasiado rápido para que sigamos dilatando más un plan de corto plazo para atraer industrias e inversionistas y volvernos de verdad la ciudad capital de los TLC colombianos, aprovechando las ventajas geográficas, la eficiencia de nuestro puerto y los encantos de nuestra ciudad.
Pensar en grande y con seriedad tendrá mucho que ver con nuestro éxito para hacer que muchas nuevas industrias se instalen aquí.

 

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