Opinión


El bambú

MAURICIO IBÁÑEZ

04 de marzo de 2019 12:00 AM

En el icónico programa Sábados Felices recuerdo que había una sección dedicada a la tramitomanía, que se burlaba de nuestro muy pesado sistema legal y normativo. Yo pensaba que este tema había quedado superado, hasta que llegó la hora de cortar nuestro bambú. El bambú es un árbol hermoso de fácil multiplicación, poco mantenimiento, abundante sombra y generador de fresco, y por ello lo sembramos 10 años atrás. Pero como toda vida material, se envejeció y se enfermó, por lo que había que cambiarlo. Invitamos a un funcionario del EPA para que nos explicara el proceso a seguir, comenzando con una solicitud formal para que vinieran a diagnosticar el arbolito. Dicha visita del EPA tardó varios meses, por cualesquiera de las razones que se enmarcan dentro de un Estado ineficiente, y nos costó más de un millón y medio de pesos. Seguidamente, y una vez obtenido el visto bueno formal, nos tocó pedir la liquidación por el daño ambiental que estábamos causando, a manera de compensación. Esto dependía de la visita de otro funcionario del EPA que contara los troncos, proceso que tardó varias semanas, por cualesquiera de las razones que se enmarcan dentro del mismo Estado.

Cuando finalmente hicieron el conteo, liquidaron la multa y procedimos a pagar y llevar prueba de la consignación al EPA. Seguidamente nos dijeron que ahora debíamos obtener la resolución en la que se autorizaba el corte del árbol, proceso que tardó otras semanas, no solo porque llegó diciembre, también por cualesquiera de las otras razones del Estado ineficiente ya referido. Allí, nos ‘mamaron’ bastante ‘gallo’, por cuanto el funcionario encargado de redactar o firmar la resolución, no estaba de buen ánimo, o algo que tenía que ver con desmotivación. Pasamos de pedir a suplicar y protestar con la paciencia inmarcesible de nuestra raza, hasta que expidieron la resolución, pero ahora teníamos que esperar un permiso expedido por la misma agencia para el adecuado transporte y disposición final de los residuos. Felizmente, la susodicha resolución fue firmada, y nuestro viejo bambú descansó en paz, 11 meses después, para dar paso a otro jardín, en el cual, y por nuestro principal interés, habrá sombra, fresco y verde. Todavía debimos esperar a que expidieran entonces un paz y salvo, supongo algo parecido a un certificado de defunción del bambú, que nos servirá de prueba en caso de que dentro de muchos años, algún desocupado nos levante demanda al respecto. De esta experiencia me quedó una lección: nunca más sembrar bambús, porque es costoso salir de ellos. Y un sinsabor: ante semejantes ineficiencias, empiezo a sentir un cierto apego por las baldosas y los pisos de cemento, en deterioro de los árboles, y eso es muy grave.

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